Como todos los años, con exactitud de reloj de arena, el pasado 24 de diciembre felicité al Niño Dios por su cumpleaños 2.022 rodeado del aprecio de propios y extraños. Parece que fue ayer que nació. Como me tengo prohibido el inútil rencor, lo felicité así no haya aportado un carajo para mis columnas sobre sus colegas los bajitos.
Dos amigos que se enteraron de mis felicitaciones con lamento incorporado, me jalaron las orejas en sendos mensajes.
Uno me escribió desde Envigado, la tierra de Fernando González, cuya obra conoce con puntos y comas: ”Yo creo que para las historias de los locos bajitos clasifica la del Niño Jesús que se les perdió a los papás y a los tres días lo encontraron en el Templo con los mayores y él todo tranquilo, como si nada; además, los regañó por estar preocupados...”.
El segundo amigo que es un ducho en sentido común opinó: “Todo parece indicar que el Niño Dios no tuvo niñez porque nació aprendido. Uno que a los doce años no juega con carritos sino que les da cátedra a los doctores de la Ley... ¡nació adulto!”.
La literatura sobre Jesús cuando ejercía de niño cabe en un cuarto de servilleta. Los reporteros evangelistas no le metieron periodismo de profundidad a su carnuda infancia. Lo que es una lástima porque todo ocurre en esa tierra prometida que es la niñez. Lo demás que nos pasa en la vida es puro reciclaje.
A falta de información sobre los primeros años, tocará imaginar lo que el niño Jesús les decía a María y a José cuando empezó a juntar vocales y consonantes. Parto de la base de que todos los niños son iguales como gotas de agua. La niñez es la única época en la que somos inmortales y geniales. Estamos tan ocupados creciendo que ni nos damos cuenta…
Me parece oír a Jesús decirles a sus taitas bellezas como las siguientes:
Taiticas, me perdonan pero estoy jarto de ser hijo único. Es buena esa condición porque no hay que heredar la túnica ni las sandalias del hermano mayor. Pero no hay con quién pelear que es tan creativo. ¿Por qué no se ponen de acuerdo y cumplen con el mandato bíblico de “creced y multiplicaos?”.
Papi, en la escuela los niños me matonean sin miseria. Dicen que eres muy buena persona y excelente marido, pero pésimo carpintero; incumplido, además. Me preguntan si ya aprendí a hacer taburetes.
El año entrante, por favor, cámbienme de escuela: no me aguanto a un niño que se copia de mis exámenes, tiene mal aliento y les pica arrastre a las sardinas que me alborotan la libido. Su nombre es Herodes, nada más, pero tampoco nada menos; y tiene cara de romano.
Padres ¿será que Dios sí existe como aseguran los rabinos en la sinagoga?