Todos hemos dicho esa vieja palabra de grueso calibre que rima con fruta. La palabreja merece ir por la vida sin comillas. Según el director de la Academia Colombiana de la Lengua, Eduardo Durán, es de las voces más usadas del idioma: La dicen para condenar, exaltar o hacer cualquier referencia.
Tiene bien ganado el estatus de grosería máxima. Preplay, una plataforma de aprendizaje del idioma, reveló un sondeo sobre el uso del lenguaje vulgar en Colombia. Conclusión reina: Medellín es la ciudad colombiana donde más se HPmadrea. En promedio, los paisas la pronunciamos nueve veces al día. Le siguen con ocho vulgaridades Manizales y Cali. Bucaramanga y Bello ocupan el cuarto lugar. Según la misma encuesta, las mujeres dicen más groserías que los hombres: un 45,44% el eterno femenino; el 42,3% el fugaz masculino.
No clasificó Barranquilla a pesar de que tiene en sus filas al exquisito embajador en la FAO, Armandito Benedetti. A su lado el excandidato santandereano Rodolfo Hernández y el famoso general Hermógenes Maza juntos, son unas recatadas monjitas de clausura. Seguramente, Benedetti aprovechará su sabático diplomático para callar sobre su jefe el presidente , y para enriquecer su prontuario de palabrero frecuentando las plazas de mercado italianas.
Uno es un uno y su capacidad para HPmadrear. El voquible tiene mucho de liberador. Lo pronunciamos y quedamos ligeros de equipaje. Es una expresión con mala prensa porque muchas veces reencarna en piropo. También nos la afrijolamos a nosotros mismos cuando damos un tropezón o el baloto nos pasó raspando. O se la remachamos al &#$)?¡/ chofer de un carro que nos echó encima el agua de un charco.
En 1942, Fernando González defendió a un obrero, Nepomuceo Marín, a quien le negaban las cesantías por haberla dicho en el trabajo. En el caso de Marín, el abogado González alegó que “el término usado fue el de hijo de puta; lo usó sin estar enojado, sin estar riñendo, sin dirigirlo a determinado individuo”. González pidió que le reconocieran las cesantías a su cliente. En esa época, el Brujo cobraba, máximo, 150 pesos-consulta sin importar la cuantía de la sucesión.
En un soneto, Tartarín Moreira vuelve hilachas al tipo que le robó la maleta. Hace rimar la grande con la inocente voz enjuta. La madre del ladrón no sale bien librada. En esa jijuemíchica ricura de libro que es el “Diccionario jilosófico del paísa”, Luis Lalinde Botero recuerda que la jerga paisa “oliscao” es el hombre que no se baja de la grande.
El arquitecto sonsoneño Hugo Álvarez, vecino de Otraparte, en Envigado, madrea con elegancia suma. Sus madrazos mejoran cualquier currículo. De niño, yo quería crecer para decir la grande como un colega de sueños. Feliz me habría tomado selfis con Nazareno, el madreador estrella de la cuadra. Que descanse en la paz de sus palabrotas.