La reciente lacrimógena entrega de los premios Óscar me recordó los saludos de los corredores de las épicas vueltas a Colombia al final de las etapas: “A mi mamacita que la quiero mucho y a mi noviecita que cuide harto al muchachito”.
La historia se repite en distintos escenarios y con trapos diferentes. Terminada la jornada, los ciclistas “olían y no a ámbar”, como se lamentaba Don Quijote, cuando Sancho descargaba los “sólidos” cerca de su nariz. En los Óscar huele a Chanel y yerbas afines.
Los mimados de Hollywood lucen el último berrido de la moda en la alfombra champán. Su vanidad les impide llevar trajes comprados en El Hueco.
Ciclistas y actores lloran y sueltan frases que parecen clonadas unas de otras. Los lugares comunes siempre ganan un Óscar.
á, acabo de ganarme un Óscar”, fue otro denominador común. Uno más: crean en el sueño americano, dicen quienes vinieron de otras parroquias. La voz de los ganadores se quebraba mientras los ojos sudaban lagrimones. “Gracias a la Academia”, tronaban.
Ni un “palabro” contra la invasión de Ucrania para no despelucar a su majestad la Academia. Solo Yulia, la esposa del opositor ruso Navalny, que paga cana en las mazmorras de Putin, comentó: “No debemos tener miedo. Nuestro país será libre. Mantente firme, mi amor”. Esa intervención pagó la trasnochada.
Sólo una vez me sentí cerca de Hollywood cuando nos dijeron a un grupo de colombianos de paso por Nueva York que podríamos trabajar en el doblaje de películas al español. Lo recordé al conocer que Ke Huy Quan, mejor actor de reparto por su actuación en “Todo en todas partes y al mismo tiempo”, fue coordinador de dobles.
La 95 ceremonia del Óscar volvió a reivindicar el derecho a ese lugar común llamado lágrima. Que lloren no solo los del gajo de arriba sino protagonistas y familiares hasta el milésimo grado de consanguinidad de programas como “La Voz senior”, “Yo me llamo” o “La descarga”…
“Asistimos a la rehabilitación de la vida emocional. Nos encontramos ante la aparición del hombre que siente. Siento, luego existo”. Lo dijo el filósofo francés Michel de la Croix.
Otro pensador, Francois Lelord, citado por L’Express, de París, afirma que la mujer sigue llorando cinco veces más que el hombre. Mérmele al porcentaje, don Pacho: muchos varones domados lloramos viendo pasar el viento.
Entrados en gastos, recordé que un congresista huilense, Eleázar Domínguez, del Partido Verde, fue más allá. Mi remoto pariente hizo aprobar una ley que obliga a las oficinas públicas a habilitar sitios para que los empleados lloren a moco tendido donde nadie los juzgue. La lágrima libera.
La norma busca acabar con quienes lloran de para adentro, como mi nieta Ilona. Llorar así genera enfermedades como la conjuntivitis. Otra tarea para el señor Vargas: averiguar si esa Ley se está aplicando.