Cada año Estados Unidos le regala a la aldea global una orgía de aplausos, egos, vestidos y lágrimas. Sucede con ocasión del informe sobre el estado de la Unión y en la entrega de los Premios Óscar. En su discurso ante el Congreso, los presidentes gringos sacan a pasear su ego, inmenso como una limusina. De nuevo, el turno al bate en la pasada entrega fue para el presidente Joe Biden quien a sus almanaques debería estar ennieteciendo o acariciando el gato. A esa edad, de la que no estoy lejos, uno se ahoga con su propia saliva.
Pero no, Biden aspira a otros cuatro años libre de bar, alhacena y concentrado para su mascota. Su enemigo íntimo, el señor Trump, aspira a repetir Casa Blanca. Nunca tantos, en tan poco tiempo, aplauden tanto como los seguidores del mandatario presentes en el ring del Capitolio para escuchar el informe. La claque o comité de aplausos lo presidió la vicepresidenta, Kamala Harris. Si esos aplausos se convierten en votos, “habremus” tío Joe para rato.
La bella vicepresidenta, de enigmática sonrisa a lo Monalisa, se gastó sus aplausos de esta encarnación. No me gusta verla en plan lagarto, aplaudiendo cada hipérbole de su patrón. Mientras se extrovertía Biden, desde su intimidad de diez estrellas, el expresidente Trump activaba el Twitter, su viejo juguetico erótico. Trump no le da tregua a ese juguetico al que no tiene que pagarle como le tocó hacerlo con una actriz del cine porno que lo tiene desfilando por la pasarela de los tribunales.
Si por el Capitolio llueve, en la ceremonia de los Óscar nunca escampa. Todos los egos de la “industria” se dan cita allí. Su majestad la lágrima está a la orden del día. Por la alfombra roja, el otro nombre de la vanidad, desfilan personalidades con trajes exóticos, fugaces como un suspiro: vestidos para ver pasar una tractomula, atravesar un paso cebra, recibir un Óscar o tomar mate con el papa Francisco en el Vaticano.
Uno que recibió un impensado Óscar a la ironía fue el inefable expresidente Trump, quien activó su Twitter para emprenderla contra Jimmy Kimmel, comediante y presentador oficial de la ceremonia. Trump dijo que era el peor de todos, que qué tipo tan aburrido, etc.. El presentador, repentista ilustre, aprovechó para burlarse de su calumniador.
Después de leer al aire su mensaje en las redes continuó: “Bla, bla, bla. Ahora veamos si ustedes pueden adivinar qué expresidente acaba de publicar eso en una red social. ¿Alguien? ¿No? Bueno, gracias, presidente Trump. Gracias por mirar. Me sorprende que todavía estés (despierto). ¿No es hora de estar en prisión...”.
Según el espíritu santo de tacón bajito que me ayudó con toda la traducción, Kimmel hizo un juego de palabras entre “past your bed time” (ya pasó tu hora de ir a la cama) con “past your jail time” (tu hora de estar en la cana). Fue un delicioso Óscar a la ironía. Sos grande, viejo Jimmy, así no haya entendido tu humor. (Y a ver si los dueños de la “industria” nos invitan algún día a la premiación a los que vamos por el mundo con el nombre de Óscar).