Cuatro niños indígenas entre uno y trece años golearon 5-0 a la muerte. ¿Sus nombres? Los repetiré así lo sepan el papa Roma y el rabino de Jerusalén. Si no los conocen, que vendan o empeñen lo que tengan.
A la centenaria revista Selecciones le diría que mi personaje inolvidable es Lesly Mucutuy, de 13 años, responsable de que sigan con vida sus hermanitos Soleiny, de 9, Tien Noriel, de 5 y Cristin, una migaja de ternura que cumplió su primer año protegida por una tupida selva que le lleva siglos a los pecados capitales. Lesly es desde ya mi personaje del año.
“Alegría, alegría, alegría” habrá que recitar con Barba Jacob porque desde que me desconozco es la primera vez que los colombianos nos unimos alrededor de un objetivo que fue posible gracias al trabajo en equipo de indígenas y soldados. Mayor milagro, imposible.
En la parábola del retorno los acompañó la magia que encierra el cabalístico número cuarenta. Según el libro gordo, la Biblia, los israelitas comieron maná durante cuarenta años; la selva les deparó a Lesly y hermanos su propio maná, la fariña; cuarenta días tentó el diablo a Jesús, pero no le hizo ni cosquillas, igual tiempo lo pasó Moisés en el monte. Cuarenta días duraba la dieta de nuestras madres y abuelas, antes de salir para el nuevo petacón.
Los cuatro niños le hicieron respetuosa pistola hasta con los dedos a una selva que describió Rivera en La Voráine. Parodiando al fabulista opita diría que el cuarteto jugó su corazón al azar de la azarosa manigua y le ganaron.
A los citadinos nos da una tos y ya estamos pidiendo pista en urgencias del hospital. Casi exigimos que nos apliquen los santos óleos.
“Dios tarda, nunca olvida”, repetían los acristianados rescatistas indígenas que llegaron a los chicos. Supimos de sus rituales que incluyeron consumo de yagé y el chimú otra pócima medicinal. José Rubio, el líder indígena que comandó la parte mitológica de la expedición contó que “aportamos sabiduría ancestral sobre cómo andar en la selva, cómo pedirle permiso, cómo honrarla”.
Por el lado del establecimiento que llamarían los socialbacanos, el salomónico general Pedro Sánchez, con léxico de profesor de literatura, le dio a la guardia indígena lo que es de ella, y a su tropa lo suyo.
Por el canal oficial RTVC, Rubio narró que antes del encuentro se toparon con un morrocoy al que le dio la orden de conducirlos a los niños. Sin chistar, el morrocoy le obedeció al hijo de “ nuestra madre tierra”.
Solo falta encontrar a Wilson, el pastor belga dibujado por Lesly que tiene poderosas acciones en este desenlace que nos tiene güetes. Que todos los dioses con mayúscula y minúscula hagan gavilla para encontrarlo. Ojalá algún emprender organice el camino de Lesly en la selva caqueteña para perpetuar la odisea.