Doctor Nicolás Restrepo Escobar, salud
Leo en La Patria que te retiras de la dirección y de la gerencia del periódico por razones personales. Viendo tus ejecutorias concluyo que puedes darles un parte de misión cumplida al abuelo José y a tu taita, Luis José. Éxitos para Jorge Hernán Botero Restrepo, tu sucesor.
De contrabando miraba el periódico cuando prestaba mi servicio teológico en el seminario La Linda, cerca de Manizales. No digamos que lo leía porque el tiempo solo alcanzaba para maitines y latines. Los agustinos tenían suscripción y como yo barría la biblioteca aprovechaba para echarle un vistazo al diario al que le imprimiste tu integridad, talante y talento por espacio de dos décadas.
Cualquier jarrete de mujer que viera en sus páginas me alborotaba la bilirrubina erótica, palabras que eran griego para mí. En la sección de cines encontraba materia prima para pecar con las ganas. Era cuanto me permitía el voto de castidad. Di un paso al costado como seminarista porque me parecía mala la idea de andar por el mundo en compañía de mi soledad.
Cuando salíamos a vacaciones nos pedían evitar a las féminas so pena de condenación eterna (el cielo es demasiado premio y el infierno demasiado castigo, dijo alguien).
A finales de los años cincuenta, La Patria me olía a mundo, y el mundo era todo lo que ocurría lejos de nuestras narices, pecado puro. Iba pa bobo que me las bogaba... Terminé ganándome la vida como reportero.
Hablando de dar un paso al costado, como presidente de la Junta Directiva, te tocó el chicharrón de echarme cuando me desempeñaba como director de Colprensa. Recibe mis tardíos agradecimientos. Había llegado a mi nivel máximo de incompetencia como director. La defenestrada me despabiló.
Las partes hicimos negocio: ustedes se ahorraban mi salario y el de Giraldo Gaitán Osorio, buena persona y magnífico periodista siguiendo la receta del polaco Kapuscinski. Nosotros salimos a rebuscarnos a la llanura. Mucho antes de la echada pasé hojas de vida sin soltar el bejuco laboral de Colprensa. Nadie se interesó en mis servicios.
Giraldo, el jefe de redacción, y yo, alcanzamos a alegrarnos porque dijimos: nos tienen que indemnizar. Nunca habíamos visto tanta plata junta. Ya no tendría que hablar de “mi flaca bolsa de irónica aritmética”. Falso positivo: como pensionados, nos podían botar sin tener que darnos ni pa’l bus.
Esa echada la convertí en libro que la Universidad de Antioquia publicó con el alias de “De anonimato nadie ha muerto”. Tampoco por esta vía llegó el billete. Menos mal en el seminario aprendimos que la riqueza no está en tener mucho sino en necesitar poco. (Esas uvas están verdes, me toca decir con la zorra de la fábula).
No te quito más tiempo, doctor Nicolás. Sales en hombros. Lo mejor para ti en el resto de tu andadura. od