A comienzos de año, en el aniversario 42 de la agencia de noticias Colprensa, les envié flores virtuales a sus principales inspiradores: Jorge Yarce, Jaime Sanín Echeverri, Humberto Arbeláez y Fernando Ávila.
Sanín se encuentra en el Walhalla de los padres prolíficos. Con doña Noemi Posada amasaron trece hijos, uno por cada libro que escribió.
Yarce, fundador y primer director de Colprensa, bachiller y filósofo de la Pontificia Bolivariana, se gastó su castidad en la creación de medios. Estuvo en los inicios de Promec, la revista Arco y el Instituto Latinoamericano de Liderazgo. Escribió libros para dar y convidar. En asuntos de salud le tocó bailar con la más fea. El sueño no se hizo para él.
Si me preguntaran de la televisión de Cafarnaún a quién le daría el premio a la vida y obra este 9 de febrero, Día del Periodista, diría que al pupilo de Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei.
Convencer a directores de diarios de todas las tendencias políticas que apoyaran la creación de una agencia de noticias ya jamona fue un trabajo de exquisita filigrana.
Soy pensionado de Colprensa donde me amañé tanto que me tuvieron que echar cuando era el director. Al recibir la carta de despido quedé con cara de Subuso.
Me ha ido tan bien como pensionado que considero que deberíamos nacer jubilados como los gatos y luego echar para atrás. También sería pertinente envejecer primero y ser niños después.
Recuerdo el párrafo de entrada de la carta de despido: “Habiendo llegado a nuestro conocimiento que usted disfruta de pensión de vejez con el Seguro Social desde el 1.º de febrero de 1996, como se desprende de la comunicación 960653 de dicha fecha, consideramos procedente que usted se libere de sus compromisos de empleado con nosotros”. Convertí la echada en libro editado por la Universidad de Antioquia.
Alcancé a sentirme rico imaginando la indemnización que recibiría. Como arribista que se respete, dejé de saludar amigos pobres y empecé a coleccionar amigos ricos. Compré apartamentos en Hamburgo, París, Londres, Nueva York y Versalles, el corregimiento de Santa Bárbara donde abrí por primera vez los ojos a la vida. Todo resultó un falso positivo: no tenía derecho a un centavo por indemnización. Seguí parihueliando.
Yarce fue ajeno a mi echada, pero me clavó el único memo que tuve en Colprensa. El llamado de atención - que no afectó mi quincena - obedeció a que en una crónica escribí que el discurso de posesión de Noemí Sanín como ministra de Comunicaciones de Belisario Betancur, le quedó muy bien escrito a su papá. En telegrama enviado a su amigo Yarce le exigía “reparación por calumnia”. Y pum, memo.
Sanín me perdonó porque alguna vez me invitó a su casa en el barrio Santa Ana de Bogotá, me gastó ron aguado y me regaló tres de sus libros. Me aclaró que no los tenía que leer ni comentar. Le obedecí.