Cuando muere alguien del gajo de arriba, la familia se gasta parte de la herencia publicando en el periódico un obituario de este tenor: Ante la imposibilidad de hacerlo personalmente, la familia tal agradece las solidaridades recibidas … y blablabla.
Los que somos del gafo de abajo y recibimos felicitaciones por nuestro cumpleaños o por el día del padre, decimos algo parecido sin tener que pagar un peso. Así se vea venir lo que los consumidores de tinto denominamos el desencanto del día después.
Sí, el del cumpleaños o el día del padre es un día excelente. Pero pronto toca volver a la realidad, a ser un don nadie, un suscriptor más del directorio telefónico. Un n.n. con cédula de alguna parte.
Un mandadero más. El que saca el perro a mear. O la basura. O todas las anteriores. El que responde esa llamada telefónica hecha en la madrugada por algún &%$” que metió el dedo donde no era. El que espanta los ladrones y/o abre la puerta para decirle no al vendedor de aspiradoras. O de tamales. O al caminante de sonrisa a lo Monalisa que trata de hacernos cambiar de iglesia, versículo en mano.
A partir del día siguiente nos toca decir con el pusilánime Eneas Flores de Apodaca: “No salgo de debajo de la cama porque en esta casa mando yo”.
O repetimos lo que dice un marido oprimido: “En esta casa se hace lo que yo obedezco”.
El día después, los arrumacos recibidos en cumpleaños y similares festividades son carne de alzhéimer, polvo de olvido. Periódico de ayer. Nostalgia.
Medias que salen con todos los vestidos y calzoncillos nuevos, matapasiones, como de preso, han enriquecido nuestro ropero.
Todavía disfrutamos la música celestial de las llamadas de la prole: “Eres el mejor papi del mundo”.
Sin ninguna contemplación, volvemos a conjugar verbos antes considerados de rancia estirpe femenina como lavar los platos y barrer.
Nada de poner solo la música que nos gusta, otro de los postres del día del cumplesantos como dicen el Perú. Dejaremos de tener la razón en todo lo que decimos. Volvemos al consenso. Nada de imponer las caminatas. Ni el cine, el restaurante, la lectura diaria.
Nada de mirar con ojos golosos los cuartos traseros de la “mujer de al lado”. Esos cuernos virtuales tocaron a su fin a las doce de la noche.
Pasó el cuarto de hora en que podemos dejar la ropa interior o las medias regadas por toda la casa. O hacer pipí con regadera, sin levantar la taza. La presa más grande en el almuerzo ya no será para el adorado homenajeado de la víspera que pasa al olvidato.
“El desayuno o el almuerzo es ese. Comida se la da, pero ganas no. Y punto”, se oirá en muchos hogares de la parroquia global. El mando a distancia que regula la democracia en la alcoba nupcial, regresa a su legítima dueña.
No es fácil este retorno a la normalidad después de que el sol giró alrededor de nosotros por espacio 24 horas del día. No les quito más tiempo. (Líneas sometidas a latonería y pintura).