Hoy se celebra en el mundo el Día de la Cruz Roja, organismo de amplia valía y reconocimiento universal. Un hombre de inmensas dimensiones fue el gestor de tan magna institución, el señor Henry Dunant. Nacido en Suiza (de allí la Cruz Roja) en 1828, murió el 30 de octubre de 1910. Su infancia y juventud se meció en un hogar y una sociedad creyente en Dios y de alta cultura. A los 20 años le tocó ser testigo de un hecho que le marcó la vida y lo impulsó a buscar un mundo menos violento, más solidario, más diligente para mantener la paz.
Presenció en 1859 la Batalla de Solferino que dejó tendidos en el campo a 22.000 austríacos y 17.000 franceses: “Vi una monstruosa lucha sin compasión dejando miles de hermanos, cadáveres junto a miles de caballos; es incomprensible para la humanidad”. Empezó una labor de inquietud en todos los niveles y así reunió la Convención de Ginebra en 1864, en la cual nació la Cruz Roja como organismo privilegiado para intervenir en acontecimientos de dolor, catástrofe, servicio humanitario, mediación pacífica y pacificante.
En 1901 recibió el premio Nobel de Paz y sus gestiones en la Cruz Roja lograron que con el tiempo nacieran la OMS (Organización Mundial de la Salud), la Unicef (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, en inglés), la OIT (Organización Internacional del Trabajo). Años después nació la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, por su sigla en inglés).
Cuando el Concilio Vaticano II afirma que “nada humano hay que le sea ajeno” hace eco de lo que se decía del señor Dunant en su época. Vale resaltar que era un hombre formado en el ambiente cristiano apocalíptico de su época en Suiza; por ello anotó: “tantas pruebas no son en vano, nos preparan para el Reino de Dios”.
Debemos ser de nobleza suficiente para reconocer la acción positiva de la Cruz Roja y saber agradecer sus generosos servicios a nivel local y mundial que ha alcanzado en bien del bienestar humano y ambiental. Hombres como Dunant y obras como la Cruz Roja son honra de la raza humana y brillo de tener altos ideales que desde la fe impulsan una mejor sociedad y más placentero futuro.