Hace algunos años era placentero cuando decíamos vamos al cine. Era la antesala de ver una buena cinta, unos agradables momentos, unas risas o unas lágrimas, un asombro, una enseñanza, una emoción. Hoy el cine viene a nosotros, la televisión nos ofrece a diario centenares de películas y en domingos y días de fiesta presenta algunas películas con cierta publicidad. Ahí están entregando por horas cintas que pretenden entretener al televidente capturado por la pantalla.
Algún día quise mirar la pantalla y descansar así un poco Un canal y una película empapada en tiroteos, muertos, gestos de odio , gritos de insulto; cambio de canal y otra cinta, ya no de tiroteo, pero sí de la demostración de variedad de armas blancas que en escenas largas casi salpican de sangre nuestras salas. Pasar a otro canal es contemplar el derroche de la violencia, ya no con uso de armas sino de golpes, velocidad en la paliza, dejación del otro o la otra casi desmembrado en el suelo; violencia en calle, casa, colegio, en ostentación de fuerza física destructora y fatal.
No encontré cinta o musical, con argumento de historias bellas y edificantes de arte y escenas que muestran creatividad, casi fantasía, novedad en el uso de cámaras y recursos tecnológicos. Lo mejor, apagar para no quedar con los nervios de punta, la rabia encendida, las manchas de sangre, los insultos y gritos humillantes.
Esto me trae a la memoria algo que es cierto desde la ciencia y ha sido estudiado por grandes científicos y estudiosos del desarrollo humano y animal: lo que vemos, oímos y vivimos deja un impacto en la generalidad de las personas. La capacidad imitativa es inmensa, basta ver la manera cómo se imitan los peinados, tatuajes, vocabularios y actitudes de los llamados famosos.
Robos y atracos han sido aprendidos por muchas de estas cintas que transmiten con minucias los modos de robar, de engañar, de conseguir con fraude y violencia lo que se desea; escenas de golpizas son a veces repetidas en familia o grupos como eco imitador de lo visto y oído.
No es lógico quedarnos en la queja o la constatación de realidades; es urgente vivir en los hogares, colegios, comunidades, grupos, la vivencia de la fraternidad, el amor mutuo, la ayuda de todos, Ia certeza de que la violencia trae más violencia. Como el oasis del desierto, es urgente crear, vivir creando la “civilización del amor y la justicia” que brotan del Evangelio sólido.