Es indudable que la aviación ha sido uno de los más grandes inventos en la humanidad. Todavía brotan preguntas que indagan el por qué es posible tomar altura con las bellas aeronaves cargadas de peso altísimo, no solo por el material de construcción del avión, sino de los pasajeros y más aún del peso de las maletas y carga pesada. Es asombroso y motivo de gozo.
Pero podemos decir que el 23 de octubre de 1911 es fecha nada deseable, porque ese día se efectuó el primer vuelo de guerra: ese día la belleza de los vuelos de pasajeros y carga pasó a ser fatídico porque ya en el vientre de muchos aviones viajaban bombas asesinas, estampidos de muerte y destrucción, ocasión para huir, esconderse y recibir muertes y daños, destrucción y dolor.
Ya en la guerra de 1914 el número de muertos y de poblaciones destruidas aumentó de manera dolorosa: destrucción, dolor, alaridos y gemidos de terror, brotes de venganza que crecían de parte y parte en ferocidad y muertes, ya que la violencia engendra violencia. Lo mismo vimos el 23 de octubre de 1942 en la famosa batalla de Alameid que por tierra y aire y bajo la dirección de las fuerzas aliadas trajeron de nuevo no el espectáculo maravilloso del vuelo aéreo prodigioso, sino otra vez la angustia, de palpar los horrores de las guerras y la mortal escena de aviones con vuelos fatídicos de dolor y muerte, de victorias sobre montañas de cadáveres y escombros.
Hoy el horrendo espectáculo sigue: guerras de Rusia y Ucrania, de Israel y Hamas, de bandos colombianos que siguen manchando el verdor de nuestros pastos con la sangre de hermanos combatientes y civiles pacíficos.
Me parece que bien podemos pensar cómo los seres humanos creados para ser pueblo hermano, para que “seamos una sola cosa”, para amarnos de verdad hemos caído en odios, actos de violencia, ajenos al perdón, a la reconciliación, a la fraternidad. Muchos fracasos de hogares, empresas, proyectos, planes políticos se vuelven imposibles de convivir por la acción violenta de algunos, la actitud malévola y destructora, el grito, el insulto, el golpe, la pelea, la incapacidad de perdón y reconciliación.
Como el avión plácido y bello puede convertirse en arma asesina, así el ser humano creado para amar, fraternizar, progresar se convierte en fuente de violencias crecientes, presencias intratables, fuentes de miedo.