Pbro. Rubén Darío García Ramírez
Los domingos de cuaresma nos preparan para la celebración de la Pascua. La misericordia del Señor es grande y en los tiempos difíciles sentimos su mano protectora y su voz que nos guía. El relato de la samaritana que dialoga con Jesús, nos ayuda a evaluar dentro de nosotros ¿tenemos ídolos o esclavitudes que oscurecen nuestra existencia?, ¿Alimentamos prejuicios que nos alejan del Señor?, ¿Morimos de sed de Dios? El diálogo de la Samaritana con Jesús nos llama a pedir el agua viva que sólo nos da el Mesías.
La samaritana es una mujer que sufre. Los demás la señalan como pecadora y, para evitar los juicios y murmuraciones, de los que se creen buenos y cumplidores de la ley, ella sale al medio día a recoger agua en su cántaro, aprovechando que el sol rechina y nadie sale a este oficio en esa hora; las mujeres salen al atardecer. La mujer de Samaría se encuentra con Jesús cuando intenta huir de todas las miradas.
Entre judíos y samaritanos existía una larga enemistad; se lee en 2Re 17,24-41: “Migración forzada de cinco grupos paganos, que en parte siguieron fieles a sus dioses, daban culto a Yahvé, pero servían también a sus ídolos”. El libro del eclesiástico denuncia esta idolatría: “Hay dos naciones que mi alma detesta: los habitantes de la montaña de Seír, los filisteos y el pueblo necio que mora en Siquén, es decir los samaritanos” (Eco 50,25-26).
El que la mujer samaritana tenga 5 maridos, significa que los samaritanos tenían dioses importados por cinco grupos paganos: Babilonia, Cutá, Avá, Jamat y Sefarvaín. El dios de los cananeos se llamaba Ba’al, palabra que se había convertido en un nombre común para designar a los falsos dioses.
En las lenguas semíticas la palabra ba’al significa también “marido” y “dueño”, es un juego de palabras : según el profeta Oseas 2,18-19: “Aquel día ella me llamará “marido mío”, ya no me llamará “Ba’al mío”. Se anuncia que los samaritanos llegarán a la conversión: “Retiraré de su boca los nombres de los baales, que nunca más volverá a invocar” (Os 2,19).
Jesús hablando con la samaritana materializa la conversión de los samaritanos. Ellos dejarán de adorar a otros dioses y aceptarán al único Dios verdadero y le “podrán adorar en espíritu y en verdad” (Jn 4,24). Y demuestra también el derrumbe de los prejuicios ante el ascenso de la sed de Dios y la urgencia de correr a invitar a los demás a “venir a ver”, a experimentar, al único Dios que es Amor y Misericordia.
La samaritana nos representa. Nosotros decimos adorar a un solo Dios, pero en realidad servimos a otros dioses como el dinero, la producción desenfrenada que desplaza la vida a un segundo plano, las megaconstrucciones, el culto al cuerpo, la fama, el individualismo, la indiferencia… “malos maridos”, formas de idolatría que destruyen la vida y el espíritu.
El covid-19 impone reflexión sobre lo más importante: la salvación del alma, la familia, la salud, el disfrute del hogar y la sana convivencia. En estos días, por efecto del tal virus, han caído la bolsa de valores, el precio del petróleo, tapabocas y antibacteriales, y hasta han cerrado Iglesias. Veámoslo a la luz de la FE: nuestra seguridad no puede estar colocada en las cosas ni en los bienes de este mundo, solamente en Dios, el único “dueño-marido” de la vida.
La Iglesia es esposa de un solo esposo y rechaza lo que ocupe el lugar que a Él le pertenece. El tiempo de cuaresma es tiempo de conversión, para que volvamos a Él y lo declaremos Señor nuestro, el único necesario para ser feliz: “Escucha Israel: el Señor es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6,4). ¡Reavivemos la Fe, todos a Misa, a orar y a beber del Agua Viva!
–
Éxodo 17,3-7; Salmo 94; Romanos 5,1-2.5-8; Juan 4,5-42