Para los que tenemos vivas a nuestras madres, este día reviste una celebración muy especial. Con gusto resaltamos a ese máximo ser, ser que gesta la vida y pose toda la fuerza del mundo. No debemos buscar razones para expresar nuestro agradecimiento, nos fluye una devoción nata ese día porque adquirimos conciencia de que a ellas le debemos la vida. Con solo cerrar los ojos y recordar la infancia sentimos la presencia de nuestras madres y como nos sirven de refugio, de ancla y de aliciente.
Pero el ser humano, especialmente los hombres, somos muy ambiguos porque el Día de la Mujer no reviste la trascendencia que debería tener. Suponemos un cambio que no lo reviste porque finalmente una madre es una mujer. Esta celebración pretende exaltar al 50% de la humanidad, reconociendo sus virtudes y su benéfica presencia, más la realidad de una mujer en nuestra sociedad es muy diferente. Todas ellas, sin excepción, han sido agredidas sexualmente por nosotros los hombres. Cada una de ellas puede contar acerca de situaciones donde el hombre, sin mayores miramientos, trasgrede lineamientos y las humillamos y les arrebatamos la paz. Una mujer debe recorrer un espacio libre como lo es una ciudad de manera diferente que el hombre, hay cuadras donde ellas saben que son ofendidas en su dignidad. ¿Cuándo le sucede eso a un hombre?
Nos incomodamos con la lucha feminista y solo queremos ver el trasfondo político para condenarlo y así sostener un estatus quo de una aparente normalidad, normalidad para nosotros mas no para nuestras madres, hermanas, esposas o hijas. El feminismo radical nos señala como culpables, pero al mezclar feminismo, lucha de clases y tal vez emancipación racial, nos queda fácil decir no e ignorar una situación que por siglos pesa sobre nuestra sociedad y que debemos y que podemos los hombres solucionar. El fin del patriarcado no lo inducirán las activistas tratando de incendiar la Catedral Primada de Colombia, el fin del patriarcado lo causaremos nosotros los hombres con nuestra dureza de corazón, que se cierra a inclinar la cabeza ante la mujer y actuar con equidad. No esperemos a que ellas se desgasten en su justo reclamo, demos el paso cada uno de nosotros y eliminemos todo tipo de fuerza que ejercemos contra ellas, solo depende de nosotros mismos.
Ejercemos los hombres violencia contra ellas, lo hacemos verbalmente, psicológicamente y sobre todo físicamente. Dolemos a la mujer y después la endiosamos durante ese día, mas como una distracción que como un acto genuino y coherente. Los primeros feministas deberíamos ser los hombres, asumiendo el compromiso de no ejercer fuerza de ninguna clase sobre ellas, con ese solo logro, convertiríamos al mundo en un espacio mucho mas cálido, porque seriamos justos y dejaríamos de dañar a ese ser que engendra vida.
No creo que esta problemática tenga un trasfondo político o ideológico, se le puede dar y todos aquellos interesados en desmantelar a la familia, aportarán su parte a ese fin, pero en el fondo se trata de un sencillo acto de justicia del cual los hombres seriamos los primeros beneficiarios porque la paz no deja de ser un gran ideal.