Me explicaba un amigo, conocedor de la literatura local, que para él era indispensable cuando evaluaba un autor antiguo, tener en cuenta hasta donde ese literato manejaba la modernidad. Me dejó la impresión de que eran buenos los autores que escribían con criterios parecidos a los actuales, de lo contario ese escritor no solo era presa del olvido, sino que se le decretaba el ostracismo.
Me encogí de hombros, porque no hago uso de ese tipo de artilugios para acceder a los autores que nos antecedieron. Prefiero declinar de ese tipo de guias, leer desprevenidamente y eso hice con el “Diario“, de doña María Martínez de Nisser publicado en 1843 y que el historiador y médico salamineño Emilio Robledo reprodujo en 1919 en la revista Archivo Historial, y en los 80, el otro médico, Ernesto Gutiérrez Arango, le dedicó un “Episodio“ de su trilogía sobre personajes antioqueños.
Ese Diario es una de esas lecturas menores que uno pospone, seguramente por lo original, porque mujeres escritoras, lastimosamente, son muy pocas en nuestro pasado. Investigando sobre la Guerra de los Supremos leí a doña María, cuya tumba en el cementerio de Sonsón, su ciudad natal, sí había visitado y me complació que la suya quedaba enseguida de la del general Braulio Henao.
Escribió doña María un diario en época de guerra donde el coronel Salvador Córdova, hermano menor del héroe de Ayacucho, se había declarado en disidencia del gobierno del presidente José Ignacio de Márquez. Esa guerra, y seguramente todas, se financiaba exigiendo contribuciones a los enemigos y su esposo, el ingeniero sueco Pedro Nisser, fue declarado como tal y al no pagar, fue puesto preso y de Sonsón llevado a Medellín. Era una época donde estos “Supremos“ asumían poderes dictatoriales y fusilaban sin ningún miramiento legal. Temía ella que su marido corriera esa suerte, procedimiento del cual no se pudo salvar el mismo Córdova, ya que sin juicio alguno, terminó su vida en un patíbulo en Cartago en esa misma guerra.
Contra el supremo de Antioquia se armó una oposición que rápidamente se armó y desafió a los revolucionarios y se ubicó precisamente en la cabecera de la Colonización Antioqueña, en Sonsón. Allí el teniente coronel Braulio Henao, inconforme de cómo Bogotá llevaba esa guerra, reunió a la gente interesada en que esa región volviera por la senda constitucional. Resultaron casi 500 hombres dentro de los cuales figuraban don Elías González, Marcelino Palacio, mi ancestro Francisco Hoyos, todos ellos vinculados al futuro desarrollo de esta región.
El comandante Henao supo que en la recién fundada Salamina podía encontrar un terreno ideal para vencer al coronel Jose María Vezga, segundo de Córdova el cual había marchado al valle del río Cauca a apoyar al otro supremo, a José María Obando. Con las tropas de Abejorral, las de Sonsón y las que reunió en Salamina más unas pocas que le llegaron desde Honda, se desplazó a retar a su experimentado rival que había distinguido en la guerra al lado del mariscal Sucre.
Aquí empieza el Diario y aquí surge una voz honesta y directa. Describe doña María cómo tomó la inusual decisión de ofrecerse como voluntaria al comandante Henao, dispuesta a luchar como un soldado raso. Era costumbre en las guerras nuestras, que mujeres siguieran a los ejércitos encargándose de hacer de comer a los combatientes. Estas mujeres se les llamaba despectivamente y en plural, acentuando aún más el anonimato, las juanas. Mas esta dama no quiso servir en esas filas, ella quería luchar con lanza y en caballo.
Henao la rechazó, por lo inaudito de su petición, pero ella describe cómo lo convenció y fue su padre el que dio la última palabra, ya que su esposo estaba preso. Describe ella como se cortó el cabello y como ella coció su uniforme. Trasluce en su escritura una disposición que no solo es de ella, sino que me recordó a muchas mujeres colombianas, por no decir a todas. De ahí el título de esta columna. La capacidad de sacrificio, la disposición de salvar barreras, todo eso por amor y lealtad a su esposo que quería ella misma salvar. ¿No son así las mujeres colombianas? Doña María opina y escribe con soltura, se enoja con los cobardes y se burla de los jefes rebeldes. Ella ve el mundo en dos colores, desechando matices o tonalidades: es bueno o es malo, mostrando una claridad en sus conceptos tan parecido a las mujeres de hoy. ¿Cuántas Marías Martínez más hubo y nunca supimos de ellas ni pudimos saber de sus importantes aportes?
Describe ella la marcha de Sonsón a Salamina y cómo fue el choque de armas donde Henao dispuso que sus fusileros se ubicaran escalonados a ambos lados del camino que conduce de Pácora a Salamina en su último parte y que después de vaciar sus cartucheras se reunieran en el alto, para de nuevo recibir a bala a los cansados revolucionarios y así destruir las tropas de Vezga.
Ese enfrentamiento del 5 de mayo de 1841 entró en los anales de la guerras civiles como la Batalla de Salamina o de La Frisolera, acción que derrotó a la revolución de los supremos en la Provincia de Antioquia mostrando que la comunidad no tiene que esperar decisiones de Bogotá.
Todo termina bien; don Pedro fue rescatado y el lector visitó un campo de batalla casi bicentenario de la mano de la mas entusiasta guía. No hacen falta directrices académicas para disfrutar y entender este tipo de lecturas honestas y directas que abren puertas y nos presentan un espejo de lo que somos.