El escritor le lleva de ventaja al ciudadano del común que él sabe encontrar las palabras y que estas causen emoción. Y esa inspiración puesta en marcha la vivimos las 200 personas reunidas en el lanzamiento del último poemario del diputado Beto Bedoya. Remató Beto el evento con una intervención afectiva, simpática, rebosante de claridad donde este político no tuvo empacho en expresar emociones que le causan satisfacción. Hacer subir a sus padres al escenario al final no fue un barato efecto publicitario, sino una necesidad sentida de tener en sus brazos, cerca de su corazón, a esas dos guías que le dieron la vida y pusieron las bases para sus actuales logros.
He observado la carrera política de Beto desde sus inicios y ejerce este hombre una atracción sobre mí. Ya es el tercer poemario que le edito, y me complazco observando cómo se compaginan y, muchas veces chocan, estas dos posturas ante la vida: la del poeta y la del político. Abre el poeta de par en par su alma, espacio que el político prefiere tener hermético. No se logran sacar deducciones políticas de sus versos, que son mojones de una búsqueda interior siguiendo una ruta, muchas veces de forma temerosa, apretando firmemente la mano de lo más selecto de la poesía moderna.
En política, Beto es metódico y concienzudo. No lo imagino votando ordenanzas en la Asamblea Departamental sin haber leído y haber averiguado su contexto. En campaña, todos los días se reúne con gente fijando temas y repartiendo trabajo de forma incansable, actitud que demuestra compromiso y gusto por lo que hace. Esa misma postura la conserva ejerciendo el mandato donde todos obtienen su atención y una clara respuesta que inclusive puede ser un no. En este sector de su vida hay rigor y hay metas dando la impresión de ser ingeniero.
En cambio en la poesía sale a relucir un Beto que se asombra ante la vida y humildemente busca respuestas y explicaciones. Puede sonar escéptico o dolido en su poesía y se logran percibir frases irreverentes, pero Beto siempre es honesto porque para él pesa más el contenido que la forma. Él sabe de que puerto sale, pero ignora a dónde y cuándo va a llegar a un sitio seguro y desembarcar lo que acumuló en las bodegas durante su azaroso recorrido. No tiene afán; metas y metodologías caen en desuso en las horas que asume el poeta el mando. Es su alma que se encoge o expande dependiendo de los impulsos sensoriales que atacan sus ojos, piel u oídos y que produce versos como:
“He vuelto a ser tierra, la que nadie quiere, la de los cementerios.
A pesar del encierro, en este purgatorio, antesala del cielo, para evitar mi infierno.
Tratando de aceptar la cruz, vuelvo a tocar esta tierra, la de los cementerios.
Quiero esta tierra. La que nadie quiere. La que no pudiste dar. Y no te pude tocar.
Volvamos juntos, ahora sí, a la tierra prometida. Tierra regada con Grappa y limoncello”.
“Serendipia” fue el nombre de su primer poemario, siguió “Sinestesia” y ahora contamos con “Pre-textos”. Cada poemario está engastado en otro tipo de presentación, llamando la atención del público acostumbrado a ver a la poesía expuesta de forma tímida por no decir lánguida. Beto se complace con innovar, con buscar otros rumbos y resaltar ese trabajo que tiene fama de no aportar votos. Sabe Beto de la importancia de actuar con personalidad y firmeza, no dejándose manosear de juicios descachalandrados. El formato expuesto en “Pre-Textos” es ideal para poetas inéditos por su accequible costo e interesante presentación que se basa en un pliego impreso por un lado como afiche con diciente imagen y en el anverso se ubica la poesía sabiendo que todo esto va plegado como un acordeón o mapa.
Por supuesto que Beto es el diputado de la cultura y lo es, no por elección estratégica, sino por ser este diputado un poeta caldense por derecho propio. Sabe Beto Bedoya de las necesidades del gremio cultural y a la vez sabe cómo funciona el aparato estatal logrando articular estos dos grandes piñones para darle vida y fuerza a la sociedad y a la cultura.