Los pueblos nuevos, como Manizales, al principio no tienen literatura propia y quedan reflejados en las obras de escritores ajenos, pero que con igual interés y dedicación miraron y vertieron en palabras lo que opinaban del lugar que los acogió por un rato o una vida entera.
Otra gran figura de la literatura colombiana que estuvo en la recién fundada Manizales fue el poeta, el más antioqueño de todos, Gregorio Gutiérrez González. No dejó obra literaria escrita en los contornos manizalitas propiamente, ya que su misión fue política: Había dado el grupo de Pedro Justo Berrio en 1864 una especie de golpe de estado, derrocando a Pascual Bravo el presidente del Estado, el cual no salió vivo de la batalla de Cascajo. En todos los rincones de Antioquia, Berrio contó con copartidarios que de igual forma expulsaron a los mandatarios locales. El poeta Gregorio Gutiérrez era uno de esos hombres de confianza que estuvo en la toma del poder en Manizales, donde el general José María Gutiérrez, alias Botellas, respaldó con las armas este esfuerzo por deshacerse de un gobernante puesto a la cabeza del Estado de Antioquia por el general Tomás Cipriano de Mosquera después de elaborar la Constitución de Rionegro en 1863 que le cambio el nombre al país nombrándolo “Estados Unidos de Colombia” y trasfiriendo cuantas atribuciones administrativas había a las regiones, que las unía solo un delgado lazo federal.
En el Archivo Histórico de Manizales se ven papeles de ese año, que ostentan las tres G de las iniciales de los nombres de este antioqueño finamente trazadas al final del documento. Su estancia duró alrededor de 4 meses y regresó a Sonsón, que si bien no era la cabecera del Cantón de Córdova que englobaba todo el sur de Antioquia, fue Sonsón una de las matrices, tal vez la más fecunda, que aportó el capital humano para poblar esta región.
Gutiérrez González, con su gran bigote y sus ojos bien engastados en su cráneo, logró con su “Memoria sobre el cultivo del maíz“ de 1867 un poema que capta el momento básico de esa gran migración que recibió en 1951, de pluma del geógrafo norteamericano James Parsons, el nombre de “Colonización Antioqueña“. Describe el poeta uno de los primeros pasos de la colonización que es la siembra del maíz, del cual dependía la supervivencia de los núcleos humanos que se estaban haciendo presentes en las faldas de la vertiente occidental de la Cordillera Central. Es el maíz indígena el que Gutiérrez ensalza y no el oro, motivo original del interés de los antioqueños en las tierras al sur de su Estado soberano. Es el maíz originario que atrae la mirada del poeta y no el foráneo café que también se estaba sembrando por los colonos como lo atestigua Codazzi en su informe sobre la Provincia de Rionegro.
Los cuadros que traza este hombre de la siembra y cosecha del maíz, la imaginación los recrea preferiblemente con las fotografías en blanco y negro de Nereo López, que con las acuarelas de la Comisión de Codazzi, cuyas líneas se pierden en el olvido deshaciéndose primero el color. La tierra recién desmontada cubierta por la ramazón y las hojas que el verano secó y que entonces la candela reducirá a una nutritiva ceniza, en los versos de este hombre que asumió la vocería de toda una region en formación, se siente crepitar bajo el pie del patiancho quien con agilidad, machete en mano, se mueve en esa maraña evitando las alimañas.
La foto de los dos montañeros de Nereo, tomada en 1961 en una esquina de la Plaza Bolívar de Manizales, son los personajes que Gutiérrez describe en su oda maicera, y no hay duda de ser ellos los mismos hombres abnegados, fuertes y austeros como el bahareque con que edificaban sus viviendas una vez decididos a quedarse en las nuevas tierras. De vestimenta limpia y sencilla, sus ojos parecen traslucir una extrañeza parecida a la mirada de los indígenas en época de la conquista cuando se asomaban a las recién fundadas y futuras capitales a conocer de cerca aquellos hombres que les estaban destruyendo su mundo, pero en ese momento se comportaban con afablidad llevando al paroxismo el desencuentro entre esos dos mundos. Un estoico asombro y una resiliencia hacen inmortal esa disposición ante la vida que mucho tiene de fatalismo y mucho alberga de determinismo.
Era Gutiérrez sobrino del famoso Elías González, hombre que cayó muerto por el disparo rastrero de un colono que quería vengar los atropellos de González que lo estaba desalojándolo de un pedazo de tierra que el muerto reclamaba como suyo; era también primo hermano de Juan de Dios Aranzazu y del general Cosme Marulanda, fuera de haber sido bisnieto del Alférez Real Villegas y Córdova. A Gutiérrez se le notan algunas influencias románticas en su poesía adquiridas por medio de esporádicas lecturas y se le ven trazas de la literatura clásica latina, pero la originalidad es la connotación principal de la obra de este hombre. Decía Gutiérrez, quien murió a los 42 años de edad, que él escribía en antioqueño, resaltando, como común denominador, un vigoroso regionalismo. Se nutre la poesía de Gutiérrez González de la vida de una sociedad que se debate entre urbana y rural, que la crítica ramplona clasifica como costumbrista, desconociendo lo que, precisamente, este hombre reclamaba: lo particular.