El año pasado, en el mes de noviembre, salió al mercado el libro “Teresita Gómez, música, toda una vida” escrito por Beatriz Helena Robledo, autora de varias biografías como la de Rafael Pombo, siendo más reconocida como escritora de libros infantiles. El personaje que se ubica a lo largo de ese teclado de 428 páginas es una mujer carismática, que la autora baña en una luz que solo las palabras pueden brindar, logrando una impresión convincente de la vida y obra de este ícono de la música colombiana. Logra Beatriz Robledo captar la atractiva personalidad de esta pianista negra, así que el interés de averiguar cómo se hizo este libro es oportuno y válido. Cuatro años duró la labor que pasó por las etapas de oír a Teresita primero; redactar las partes; confrontar y complementar la información por medio de documentos como programas de conciertos o periódicos y después leerlas con ella de nuevo para darles, ahora sí, la forma final. A la pregunta de cómo surgió la idea de este trabajo, Beatriz comenta que fue iniciativa de Teresita quien la llamó después de consultar con su maestro zen, si ese acto era uno que se podría clasificar como ególatra o era válido dentro de esa forma de entender la vida.
Teresita y Beatriz se conocían desde hace muchos años, porque cuidó a Beatriz después de su último parto en una época en que no había agua en el barrio donde Beatriz vivía, y Teresita se la llevó para su casa por varios meses. Beatriz viajaba a Medellín a entrevistar a Teresita relegando otras propuestas de trabajo por la dedicación que le prestó a este reto. Ciertas páginas fueron depuradas por el lápiz rojo que ella manejó como una batuta, y en muchos temas ambas estaban de acuerdo de no incluirlos para no herir susceptibilidades, pero que en ningún caso le mermaron valor al texto final que fluye como un río en un lecho de muchos y minuciosos detalles que solo la mano de una mujer, sabedora de su oficio, capta y sabe tender. Como haciendo visita, Beatriz preguntaba y Teresita respondía convirtiéndose la entrevista en una conversación difícil de seguir con una libreta de apuntes y una grabadora. Satisfecha Beatriz, al otro día organizaba y clasificaba el material dentro de un esquema que se había trazado al emprender este viaje por esa vida ajena volviéndola propia, porque de eso se trata al redactar una biografía.
Cuenta Beatriz en su libro, entre tantos episodios, la verdadera historia del origen de Teresita Gómez, hija de Valerio Gómez, el portero vitalicio del Palacio de Bellas Artes de Medellín, y se describe con detalles cómo fue la infancia de una niña que creció como hija de madre negra y padre italiano, adoptada por los porteros de un conservatorio. Detalla esta acuciosa biografía el racismo que sufrió la talentosa pianista en su infancia, discriminando con atención ejemplos que Teresita superó, por no decir, perdonó hacía muchos años.
Especial, y a veces ardua, fue la lucha entre estas dos mujeres cuando el manuscrito quedó terminado. Teresita quería decir más cosas que Beatriz consideraba extemporáneas dentro del relato al que ya le había dado fin. En más de una vez le correspondió a la biógrafa recalcar que la vida era de Teresita, pero que el libro lo estaba creando ella y no podía anexar anécdotas que de ninguna forma redondeaban la historia. Ciertamente hay diferencia entre una biografía y un testimonio, y no solo en cuestión de género literario. Esta biografía se debe asumir como un proceso en el cual la palabra hablada, aportada por Teresita, había que convertirla en palabra escrita por Beatriz. Ambas lucharon, la una por su vida y la otra por su obra. A Beatriz le costó tiempo recobrar la suya y a Teresita le tomó muy poco tiempo para dimensionar el bello monumento literario que le había erigido su amiga y admiradora. Como resultado final quedó en las frases que con esmero armó Beatriz, que tal vez son el eco de la risa de Teresita, entremezclada con las notas de un piano de cola que el olvido quiere para sí.