Los calamitosos incendios que vienen ocurriendo en las últimas semanas en el país hacen que la tragedia climática mundial se sienta cara a cara, en la sala de la casa. Ya no son las llamas que acaban con los bosques de España, Portugal, Grecia y Australia. Son nuestros páramos y sus tapetes de frailejones los que en cuestión de días quedan devastados y cuya recuperación se estima siglos. Cada año se establece como el más caluroso desde que existen mediciones, lo que indica que estamos ante una cuesta ascendente sin pausa ni retorno.
Entonces, afloran los reproches a la conducta humana y el sistema de producción, con toda la razón, y se mira hacia todas partes buscando una respuesta que de esperanzas de solución de este problema, el más grande y amenazante que tiene la humanidad. Al estado actual hemos llegado por unos usos y costumbres que se ha evidenciado en las últimas décadas son letales para el planeta Tierra; y como este planeta es el líquido amniótico que nos sostiene con vida después de nacer, entonces el deterioro y envenenamiento del planeta es letal para todos los humanos.
El problema de conciencia llega cuando aun sabiendo que ciertas conductas nuestras, de la sociedad y de los gobiernos son mortales para la salud de la Tierra, persistimos en ellos. Aunque la cosa no es tan sencilla, pues paradójicamente hay usos dañinos que abandonarlos totalmente hoy sería igualmente catastrófico, como por ejemplo prescindir de la calefacción con base en carbón en los fríos inviernos de Europa o para un país pobre dejar de explotar petróleo.
Hay quienes pregonan que el mismo sistema productivo traerá la solución y prestan menor atención a la necesidad de elevar la conciencia respecto al brutal problema ambiental que tenemos. La innovación tecnológica es el paradigma para la resolución de los problemas. Y es cierto que hay infinidad de soluciones ya operando en todos los frentes, pero desafortunadamente son alarmantemente insuficientes para la dimensión del daño.
La conclusión es que se requiere un progreso muy fuerte en los dos frentes: un avance significativo en la conciencia humana respecto a nuestra relación con la Tierra y un salto tecnológico enorme en la manera de producir y consumir, y a estas alturas en las formas de reparar el daño ya hecho.
Consumimos con un altísimo grado de inconciencia; solo lo que sucede con los alimentos, la ropa y los productos electrónicos es ya escalofriante. De los alimentos se pierde el 30 % de la producción mundial – Colombia bota el mismo 30 %. La ropa de pocos usos y marcas famosas cumple un ciclo perverso que empieza en fábricas alrededor del mundo que envenenan los ríos con sus desechos y termina en basureros descomunales, todo para que el comprador haya usado las prendas menos de diez veces. En cuanto a la basura electrónica, se generan a nivel mundial 53 millones de toneladas, según la ONU. Un habitante de Estados Unidos produce 31 kilogramos de basura electrónica al año, 2,6 kilos al mes. El reciclaje de estos productos, que es un acto heroico, llega al 20 %. El 80% restante contamina de manera pavorosa fuentes de agua, terrenos y finalmente el cuerpo humano, todo a través del plomo, arsénico, selenio, litio, cadmio, y muchos elementos más.
Por otro lado, tenemos cientos de miles de iniciativas ambientales que le hacen frente al daño causado. Hay de todo tipo, siendo las de tipo tecnológico las que más pueden aportar en el combate contra el daño ambiental, pues generan transformaciones radicales en la manera de producir y consumir. Un ejemplo es el francés Bertrand Piccard, un médico psiquiatra que cambió su propia vida para dedicarse a investigar, desarrollar y apoyar iniciativas de cambio que resuelvan problemas concretos en lo ambiental. Su fundación Impulso Solar ha identificado más de 1.000 soluciones limpias y rentables en diferentes dimensiones productivas. Piccard viaja alrededor del mundo en un globo aerostático impulsado con batería eléctrica, sin uso de combustible fósil.
Sin conciencia es imposible lograr el cambio que se requiere; y dado el apremio, sin tecnología que transforme procesos de producción tampoco. Solo un cambio individual, social, económico y político permitirá que nos salvemos del desastre.