Todos los gobiernos, sin excepción, fuerzan sus informes periódicos, estiran sus logros y encogen sus errores y desaciertos. En este sentido el de Petro confirma la regla. También es cierto que la oposición, en todas partes, se encarniza con los errores, reales e imaginados, y pasa por alto los aciertos del gobierno del adversario. En últimas, gobierno y oposición son laxos en la búsqueda de la verdad, pues de sus posturas y discursos, lo que hoy llaman las narrativas, depende su relación con el poder: perderlo u obtenerlo.
El 20 de julio y 7 de agosto son los días más representativos de la Nación colombiana, y tienen el mayor significado político. Marcan con precisión los tiempos del Congreso y el Gobierno, cuatro tiempos cada uno de un año, como en los deportes. Los balances se hacen con estas fechas como referencia.
El pasado 20 de julio tuvo dos actos centrales: el desfile militar, conmemorando la declaración de independencia de 1810 y la apertura de una nueva legislatura. En el primer evento solo hubo impresiones visuales, básicamente dos: el extremo incumplimiento del presidente Petro ¡dos horas! y su tremendo desaliño personal en tan formal y ceremoniosa cita. Más allá de lo impropio de la actitud del primer mandatario ¿Todavía hay alguien que siga sosteniendo la tesis conspirativa de que Petro se va a quedar en el poder comprándose a los militares? Las imágenes del desfile militar solo pueden confirmar lo lejos que están generales y presidente y la solidez, por fortuna, de las relaciones institucionales entre Fuerzas Armadas y Gobierno.
Ya en el Capitolio, Petro dio un discurso sin mayor resonancia, con su retórica y verborrea tradicional, con llamados a la unidad y sus frases destempladas, y obvio, la exaltación de sus logros, unos ciertos y otros fantaseados. La respuesta de los congresistas tuvo matices: Miguel Uribe impertinente, demagógico e irrespetuoso con las formas institucionales; David Luna como opositor serio y respetuoso; Miguel Polo Polo confirmando que es una caricatura impresentable, grotesco y patán, y por último Daniel Carvalho como el mejor de todos, serio, coherente, presentando una imagen de la realidad política del país ajustada a los hechos, crítico del Gobierno, pero ajeno a los delirios de la oposición.
Este 7 de agosto Petro le habló al país desde Ventaquemada-Boyacá, desde un comercio a orilla de carretera, cerca al Puente de Boyacá. Más asentado que de costumbre, sin las altisonancias de su cuenta de X, presentó sus 15 logros en dos años. Como cualquier otro gobierno estiró lo bueno, se adjudicó lo que venía de atrás y lo que hacen otros, y no mencionó lo malo.
El actual Gobierno ha sido distinto a todos los anteriores por su origen y orientación política, y como evento inédito ha levantado mucha tensión, ansiedad y prevenciones; como también expectativas, ilusiones y esperanzas de muchas reivindicaciones y cambios. Al final del día no se cumplirán ni las pesadillas de unos y ni los sueños de otros.
Petro ha fallado en primer lugar por su personalidad extremadamente narcisista, su desorden, la falta de método y por su incapacidad de ver la realidad con objetividad, más allá de sus profundos sesgos. Pero tampoco el país está afrontando un apocalipsis.
¿Hay algo positivo en estos dos años? Rotundamente sí: la existencia de instituciones que regulan el poder.