La marca más fuerte y trágica del siglo XX en cuanto a sistemas políticos fue la existencia de los regímenes fascistas y comunistas. Las peores tragedias humanas llegaron de la mano de Hitler, Stalin, Mao, Mussolini, Pol Pot, Ceausescu, Hoxha, los dictadores militares latinoamericanos y africanos inscritos en el escenario de la Guerra Fría, y muchos más. Todos ellos compartieron varias características: promotores y a la vez esclavos de sistemas de ideas sobre la sociedad y el Estado, o sea las ideologías; ser tiranos, déspotas y sádicos; y en últimas ser enfermos mentales. Hoy no encontramos en el panorama político mundial expresiones como las anteriores, salvo Corea del Norte; tal grado de dogmatismo extremo y perversidad no se delata en la actualidad, o por lo menos no de la mano de una ideología cerrada, hermética y autocontenida como en los fenómenos mencionados del fascismo y comunismo. El caso de Putin como tirano, déspota y criminal, si bien tiene vínculos ‘de sangre’ con el viejo régimen soviético, es otra cosa, es el poder por el poder.
Pero el mundo y los diferentes países no escapan hoy a disputas ideológicas muy fuertes, que tienen sus referentes en la derecha y la izquierda duras y que implican un riesgo enorme para la vida en sociedad, el Estado y las relaciones internacionales, en la medida que expresiones políticas extremas se hagan al poder. Las recientes elecciones de los parlamentos de la Unión Europea –UE, y de Francia en las cuales la extrema derecha tuvo un avance enorme ponen en aprietos los fundamentos básicos de la UE y todo el tejido de principios democráticos que se ha construido en las últimas décadas en Europa. Un ejemplo ya consolidado de un gobierno de extrema derecha es el de Viktor Orbán en Hungría, quien desde 2010 ha trabajado sin descanso para achicar el espacio de libertades democráticas en su país, difuminar la división de poderes, instalar sentimientos xenófobos y torpedear las políticas de la Unión Europea.
En América estamos vislumbrando el desastre que se avecina para Estados Unidos si Trump es nuevamente presidente, quien incluso habla de la necesidad de limpiar la sangre y ve a todos los inmigrantes como criminales. Bajando por Centroamérica está Bukele, admirado por su mano dura contra el crimen, pero en este camino horada la democracia, se hace a todo el poder del Estado, viola los Derechos Humanos y empieza a gobernar como un monarca absoluto. Tarde que temprano la cuenta de cobro llegará. En el sur está Milei con su libertarianismo, con su pregón de echarle motosierra al Estado y de que todo lo que venga del mercado es sacrosanto. Y por los lados de la izquierda delirante vemos fácilmente la tragedia venezolana, la que engendró Chávez y en una versión grotesca ha profundizado Maduro.
Colombia no podía escapar a la presencia de los extremos, y en los últimos 22 años la lucha de los radicalismos ha generado tremendos daños a la convivencia social y la estabilidad de las instituciones. Y si vamos más lejos, La Violencia de los años 50 y toda la historia de guerrillas y paramilitares están edificadas en el extremismo político. El riesgo de daño que es causado por los extremos nos sigue acompañando.
El gobierno de Petro tiene dos caras: por un lado conserva y respeta la democracia liberal y la economía de mercado; y por el otro glorifica al Estado como actor omnipresente y todopoderoso que lo puede resolver todo, así como divide simplistamente a la sociedad en oligarquía y pueblo. Es en esta tensión que gobierna, y por esto muchas cosas siguen funcionando, pero otras siempre están en riesgo. Su contrapeso ideológico es una extrema derecha encarnada en el Centro Democrático y políticos como María Fernanda Cabal, con un talante autoritario y clasista.
¿Hay opciones a ser gobernado por maníacos de un signo u otro?
Sin duda las hay, y es responsabilidad de los políticos de centro, centro derecha y centro izquierda, mostrar que hay posibilidades de gobierno que incluyen la solidaridad social, el desarrollo económico, la protección ambiental, la estricta división del poder público y la tranquilidad de la entrega pacífica del poder una vez se termina el período de gobierno.