Hace dos semanas el diario El Espectador, mediante su editorial del 24 de noviembre “¡Nada de dogmas! Celebramos el cambio de opinión”, hizo una invitación a sus columnistas para que dejaran su testimonio en sus escritos publicados en el periódico sobre asuntos en los que con el transcurrir del tiempo han cambiado de opinión. La intención básica era resaltar la importancia y beneficio que trae para la vida social y política el ejercicio permanente de someter a evaluación las propias certezas y adoptar nuevas perspectivas cuando se viera que las creencias asentadas por un tiempo carecían de sustento en los hechos al ser revisadas pasados los días o años, o que por lo menos merecían ser sometidas a la duda.
Me pareció tremendamente valiosa esta iniciativa y he leído un buen número de columnas escritas a partir de la invitación editorial. Unas más profundas que otras, con diferentes niveles de compromiso vital, pero todas unidas por una constante: dejar testimonio de la falibilidad de sus autores, personas por lo general reconocidas y respetadas en la vida pública del país. El Espectador también invitó a sus lectores a hacer conciencia de aquello en lo que hemos cambiado de opinión con el tiempo, y algo que va más allá: darle la bienvenida a la duda y la reflexión, tener el valor de modificar nuestras perspectivas cuando los hechos nos dan informaciones que no debemos rechazar en orden de preservar la honestidad de nuestra relación con los demás y con la vida misma.
¿Por qué nos aferramos a ideas y creencias y nos relacionamos con el mundo a partir de ellas? Las ideas que tenemos de los fenómenos sociales conforman lo que son las ideologías, y los partidos políticos han surgido en buena medida gracias a estos sistemas de creencias. Sin hacer análisis exhaustivos del tema es muy fácil de manera intuitiva ver las diferencias entre por ejemplo los republicanos y demócratas en Estados Unidos; conservadores y laboristas en Inglaterra; PSOE y el Partido Popular en España y así sucesivamente. En Colombia la diferencia ideológica estuvo marcada por muchas décadas por la dialéctica entre los partidos Conservador y Liberal. En líneas más gruesas, la diferencia ideológica se ve con total claridad entre quienes defienden a la izquierda y la derecha. Otra disputa ideológica está trenzada entre los defensores a ultranza del mercado y los cruzados de las bondades del Estado.
Curiosamente, la ideología como sistema sólido de ideas que da un sentimiento de identidad a quien lo profesa, es venerado y criticado al mismo tiempo: por un lado se habla de que hay una crisis profunda en los partidos políticos porque carecen de ideología, pero al mismo tiempo se habla de que la “ideologización del debate político” le hace mucho daño a la sociedad.
La dificultad para dudar de las propias ideas puede llevar a consecuencias muy desafortunadas para la sociedad y para la persona misma que profesa la certeza absoluta. Y el problema es que hemos construido una sociedad que clama por certezas y aborrece la duda y el cambio de perspectiva. Si bien miran para sitios diametralmente opuestos, Uribe y Petro causan un daño similar en la sociedad: sus miradas en blanco y negro, la división que hacen exclusivamente entre amigos buenos y enemigos malos, generan antagonismos y virulentas divisiones. Uribe llamaba auxiliador de la guerrilla y el terrorismo a todo aquel que lo contradijera y lo criticara. Petro hace lo propio y gradúa como esclavista y señor feudal a quien sea su contradictor y vea las fisuras en sus planes de gobierno. Mientras nuestros políticos y nosotros los ciudadanos sostengamos y practiquemos estos sistemas de pensamiento no podremos tener como resultado algo distinto a una sociedad que siempre está de pelea y en la cual la violencia se engendra fácilmente.
Un esfuerzo honesto y valeroso por parte de nosotros los ciudadanos sería dudar de nuestras creencias y someterlas a prueba todos los días, lo cual puede representar un aporte valioso para transitar a una sociedad mejor y más pacífica. Hay que recordar que la violencia tiene como una de sus parteras al dogmatismo. Y yendo más allá, el propio cambio, el más íntimo, es el mejor aporte a una humanidad más buena.