Bien vale la pena escuchar todos los mensajes que le envió recientemente Armando Benedetti a Laura Saravia, los cuales están disponibles en YouTube y suman media hora. Si solo leemos en ellos la coyuntura estaremos perdiendo una buena oportunidad para penetrar en lo que es la política, o al menos una muy buena parte de ella. Los audios y todo lo que ha hablado Benedetti representan en últimas una catarsis, una especie de liberación de todo lo que tenía por dentro y que lo estaba atormentando. Su propia personalidad, locuaz y desenfrenada, es de gran ayuda para hacer este ejercicio de ver lo que íntimamente alberga la política y que la mayoría del tiempo no queremos ver, o que oculto bajo una frondosa hojarasca de palabrería, análisis de expertos, noticias y lo que hablan los políticos, queda frecuentemente invisibilizado.
Si fuera otro el político quien estuviera en los zapatos de Benedetti, se nos estaría revelando una pequeña parte del escándalo que hoy tiene al Gobierno en serias dificultades. Todo pasaría por un par de cartas ‘agradecidas’ y un futuro reencauche de los implicados. Pero es este excongresista y exembajador quien nos proporciona una oportunidad de oro. Benedetti es inteligente, listo, extrovertido, con gran facilidad para las relaciones sociales; también busca su provecho personal antes que cualquier cosa, anteponiendo sus intereses a los de los demás y a lo que los ciudadanos esperan que sea la conducta pulcra de los gobernantes. Y también tiene una mirada propia de la sociedad, pues ha sentado sus posturas en los diferentes temas que la agenda política va presentando a sus actores, por ejemplo en derechos para la población LGBTIQ+, liberalización en el uso de la marihuana y negociaciones de paz. Es un liberal. Esta mezcla de lo prosaico y lo que se quiere para la sociedad no es exclusiva de Benedetti, esta amalgama está presente en la gran mayoría de los políticos.
El ejercicio del poder está estructurado para que haya muchísimos más Benedetti que Mockus, más caciques que estadistas, más ladrones que servidores decentes. O por lo menos por estos lados, pues algo distinto es en otras latitudes, con los ejemplos clásicos de Finlandia, Suecia, Suiza, Noruega, etc. Aquí opera un axioma: el éxito en la política está ligado a la corrupción del comportamiento, a la subordinación de lo que es bueno para todos a los intereses personales o de la familia política. El mero hecho de pensar en las próximas elecciones tiene ya la semilla de la primacía de los intereses egoístas sobre los colectivos; los políticos evitan tomar decisiones necesarias para todos que pueden ser adversas para ellos en su codicia de poder. Que un joven que inicia su vida de servicio público esté pensando a sus 25 que quiere ser presidente ya es problemático, pues puede condicionar la esencia de su labor, servir a los demás. En últimas, lo que los politólogos dicen respecto a los partidos políticos es problemático: que su esencia es la vocación de poder, pues por ese poder son capaces de hacer lo que sea. El poder se convierte en el fin último y por él se acaba y destruye lo que haya que acabar y destruir.
Este escándalo que apenas comienza también ayuda a revelar las contradicciones del presidente Petro, las que terminan siendo tremendamente dañinas para todo el país. Petro tiene un afán desmedido de poder, de reconocimiento y de hacer su voluntad por encima de todo. Su narcisismo es patológico y todo parece indicar que para lograr sus objetivos es capaz de hacer muchas cosas que no huelen bien. Y claro, de la mano de esto también hay un interés genuino en el bienestar de la sociedad, pero sus soluciones son muchas veces inconvenientes pues están atravesadas por su personalidad que raya con lo enfermo, si no es que está completamente en este terreno.
No nos llamemos a engaños, el escándalo Benedetti-Saravia-Petro no es la excepción en el funcionamiento de la política, es la norma.