En los últimos días ha aflorado una preocupación enorme por un hecho inocultable: la personalidad del presidente Petro. Destaco dos columnas en El Espectador: ‘La popular sabiduría’ de Pascual Gaviria – 25 enero, y ‘Petro, un presidente ensimismado’ de Juan Manuel Ospina – 27 enero. Es como si estos seis meses de gobierno hubieran cosechado en este justo momento, y en abundancia, la base empírica para sostener sin vacilación que la personalidad del presidente Petro es muy problemática, y que su psicología puede convertirse en un factor de malestar para el país entero, con consecuencias que podrían ser muy dañinas en varios frentes de la vida social y económica.
Sin embargo, agotar la política colombiana en la personalidad de Petro es quedarnos en una caricatura. Esta lectura sería conveniente para los sectores que perderían poder si se asumen los muy difíciles temas que requieren ser atendidos y transformados en el país, como por ejemplo la distribución de la riqueza y el ingreso, o la podredumbre de la política a todos los niveles.
Las ciencias sociales, y una muy nueva, la ciencia política, abordan los fenómenos sociales con una muy superficial aproximación, o ninguna, a las dinámicas psicológicas que se dan entre gobernantes y gobernados. El análisis académico que se derivó del marxismo parte de una categoría básica: las clases sociales que dependen de la posición del individuo en el aparato productivo. La ciencia política, una disciplina surgida en Norteamérica, acude al concepto de múltiples colectivos unidos por intereses. En general está consolidada la categorización de actores sociales. Sería tonto desconocer estas aproximaciones a la vida en sociedad, hay verdad en ellas, pero es insuficiente. Hay un elemento que ejerce una poderosa influencia en las relaciones de orden político: la intimidad humana albergada en la profundidad de la mente y el alma; desafortunadamente este asunto ha sido mal atendido y los más encumbrados académicos pecan de miopes al centrarse solo en las ‘estructuras’.
La primera vez que supe de una mirada integrada de lo psicológico y lo político fue hace casi 40 años, al leer a Erich Fromm y su libro ‘El miedo a la libertad’. Analizaba cómo en un justo momento coincidieron la estructura sociológica de un país entero con la psicología de un individuo: la Alemania de los años 30 y Adolfo Hitler. Un pueblo huérfano y un tirano delirante. Si miramos la historia, este patrón se repite una y otra vez: ahora es la Rusia de Putin.
Colombia está en un período complejo y riesgoso de sus relaciones políticas: por un lado una acumulación de demandas sociales justas y de encrucijadas estructurales de peso y por el otro lado un gobernante narciso, vanidoso, veleidoso, con ínfulas de intelectual, que cree tener todas las soluciones a la mano para todos los problemas. Pero resulta que sus soluciones, salidas de su mente iluminada, pueden ser tremendamente perturbadoras y dañinas para aquellos que quiere proteger y beneficiar. Petro apunta a problemas reales, por ejemplo el cambio climático y la emergencia ambiental; pero sus propuestas de llevarse a la práctica podrían ser fatales. Razón tiene el dicho “de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno”.
Todos los días, sin excepción, Petro anuncia sus propuestas mágicas a complejos problemas; con lecturas originales de asuntos muy serios; en últimas su ‘sabiduría’ al servicio del país. Pero día a día, esta genialidad presidencial abre boquetes de controversia y sus ideas causan terremotos. Un ejemplo nítido: los permanentes anuncios de la política energética. Sin duda, hay una intención correcta en lo ambiental, pero el camino escogido está equivocado. Parece que nunca han consultado y conversado con los verdaderos sabios en estos asuntos. Entonces, quedamos en manos de los delirios de Petro ejecutados por alguien arrogante y obtusa como Irene Vélez, quien nunca debió haber sido nombrada ministra de minas y energía. Y ya viene la ministra de Salud, Carolina Corcho, con su propuesta de reforma al sector salud.
Por el bien del país, es tarea de primer orden que se fortalezcan los muros de contención al desborde de sabiduría del Presidente. Requerimos sindéresis en los demás actores del Estado, la política y la opinión, para encauzar los cambios requeridos sin que se produzca una calamidad nacional.