De 1930 a 1961 República Dominicana sufrió la más ominosa dictadura de su historia. Rafael Leonidas Trujillo Molina se hizo al poder en este pequeño país en 1930 a través de su triunfo en elecciones. Las elecciones nunca se dejaron de realizar y Trujillo no siempre fue el presidente en estas tres décadas. Bien fuera él o su títere siempre sacaron entre el 90% y 100 % de los votos. Además, existía un congreso; había jueces y tribunales, y por supuesto una constitución. Pero por encima de todo esto estaba la voluntad, el capricho, la voz del Jefe, del Generalísimo, del Benefactor, del Padre de la Patria Nueva.
Rápidamente Trujillo se adueñó de todo: del poder del Estado en su totalidad, de los bienes materiales y medios de producción del país, y de la vida de las personas, especialmente de las mujeres, pues era un voraz depredador sexual. República Dominicana era la finca de Trujillo. Fue un genocida, se calcula en 30.000 los dominicanos que murieron asesinados por designios del dictador, además unos 20.000 haitianos fueron liquidados en 1937 en la “Matanza del Perejil”, su pecado era estar viviendo en República Dominicana. Para la década de 1940 su riqueza era considerada la sexta fortuna en el mundo; de la producción de caña de azúcar era dueño del 60 %, un 30 % quedaba para compañías gringas y el 10 % restante para los ricos de antes. Pero el pueblo lo quería, y una masa enorme de profesionales y militares sustentaban su régimen, pues comían de este. Bajo su gobierno el país modernizó su aparato productivo y se creó una nueva infraestructura, obviamente funcionales al poder y la riqueza de Trujillo.
En 1961 el Jefe fue masacrado en una emboscada a su carro cuando iba de camino a su finca más querida con el ánimo de tener un encuentro ‘amoroso’ con una adolescente, él ya en sus 70. Los homicidas eran cercanos al poder del tirano y miembros de familias reconocidas en este pequeño país. El pueblo lo lloró a cántaros, pero unos meses después sus estatuas eran derribadas por multitudes rabiosas, su familia se exilió y a todos los lugares que tenían su nombre se les cambió, empezando por la capital que se llamaba Ciudad Trujillo y recuperó su designación colonial: Santo Domingo de Guzmán.
Esta historia la cuenta de manera magistral Mario Vargas Llosa en su libro ‘La Fiesta del Chivo’, haciendo a su vez una exploración profunda en la psicología de los protagonistas de un entramado de relaciones de poder, sumisión, explotación, conveniencia, temor y pánico. Y es explorando el tejido de estas relaciones que uno se puede preguntar ¿sobrevivió Trujillo? Creo que sí, que si bien Rafael Leonidas murió, su espíritu sigue haciendo de las suyas en todo el mundo. Puede que los hechos sean diferentes, a lo mejor no sean tan crueles, pero la mente y el alma de muchos gobernantes de hoy tienen parecidos con las de Trujillo, y con las de muchos déspotas del pasado: Stalin, Hitler, Mao.
Los tiranos de hoy no tienen que llegar a los extremos visibles de los mayores genocidas del siglo XX, es su estructura psicológica la que los hace parecidos, la que permite meterlos en un mismo paquete. Por el otro lado, las sociedades que gobiernan también tienen su propia patología que permite a estos déspotas entronizarse en el poder.
En últimas, es la estructura psicológica del poder la que hay que desentrañar, pues esta es la que permite los abusos de ayer, de hoy y de mañana. También es urgente revisar este asunto tan serio a todos los niveles, pues no hace falta ser Putin, Ortega, Orbán, Modi, Kim Jon Un, para establecer relaciones de dominio y sometimiento con la sociedad. Hasta el alcalde del pueblo más pequeño puede convertirse en un tirano que maneja su municipio como su reino, y con vasallos.
La democracia, las elecciones y el Estado de Derecho son muros de contención que muchas veces evitan las avalanchas de tiranía; pero no siempre son eficaces, bien sea por fisuras casi imperceptibles, bien por la fuerza invencible del monstruo.
¿Que esto no tiene nada que ver con Colombia? Idea equivocada, el riesgo siempre está ahí, y si bien de manera no tan brutal los pequeños tiranos también han pasado por aquí…y pueden regresar. Ah, es posible que haya muchos en ejercicio.