En la fiesta de los toros, la bestia y el hombre están en un plano de igualdad diferente a lo que sucede en la cacería de leones, elefantes o rinocerontes, donde el cazador se esconde para matar su presa sin exponerse de la manera que lo hace el torero. No quiere esto decir que los cazadores estén totalmente a salvo, pero evidentemente menos expuestos que los toreros.
Tuve amigos cazadores que admiré por sus logros empresariales y como benefactores de diferentes deportes. Discutíamos en un plano de igualdad y respeto que no es el caso hoy con quienes se oponen a la fiesta.
Debo decir que fui aficionado, comentarista, “torero”, amé y amo al toro y defiendo las ferias. Conocí ganaderos que eran ejemplo para nuestra sociedad. Recuerdo con especial cariño al doctor Ernesto Gutierrez Arango, que dejó en cabeza de su hijo Miguel y su nieto Marcelo, la responsabilidad de continuar con la ganadería. Su sobrino, hijo de su hermano Hernán, también continúa con la ganadería brava y entre estos dos primos se respira camaradería y conocimiento. Hablo de ellos dos porque fue con Ernesto y su esposa Berta con quienes más cercano fui, también conocí y me cautivaron las ganaderías de Vistahermosa, fundada por don Francisco García y de doña Isabelita Reyes, que continuó con la ganadería Clarasierra (nunca entendí su diminutivo pues era un Miura en potencia, adorable con sus amigos y muy dura con sus contradictores) Mondoñedo, Aguasvivas, y tantas otras que nombrarlas me llevaría tiempo.
Estos ganaderos, han tenido que sufrir no solo dificultades financieras, sino atentados a su seguridad dejando de ir a sus dehesas, muerte de toros donde tenían grandes esperanzas y lo peor de todo la incomprensión que alimenta la ignorancia.
Sus críticos no han querido visitar con ellos ninguna finca para tratar de entender el toro, desconocen que si se acaba la fiesta la única alternativa viable es el sacrificio de estos animales milenarios, hermosos y dignos, animales que insisto cuidan el páramo, los nacimientos de agua y además, generan empleos directos, e indirectos que son los nómadas de la fiesta que visitan las ciudades para vender el fruto de su trabajo, los subalternos que sin ellos la fiesta no funcionaría, las personas que ubican a los asistentes en la plaza y muchos otros que derivan un ingreso honesto del toro y que olvidamos unos por descuido y otros por olvido.
Averigüé y el derrame del dinero de la feria de Manizales (Me faltan Cali y Bogotá) alcanzó los $357 mil millones de pesos en tan solo 8 días. ¿Con eso es que quieren acabar? La Plaza de Toros aporta más impuestos a la ciudad que el espectáculo del futbol. ¿Desintegrar ingresos es la consigna? Si la idea es desindustrializar al país, les tengo una buena noticia, lo están logrando, pero si es cuidar empleos y desde luego generar nuevos, esa no es la manera.
Invito a los contradictores de la fiesta a un debate abierto. Cuidar que las diferencias puedan ser debatidas es parte innegociable de la democracia; esta debe prevalecer con sus aciertos y yerros, lo mismo que la fiesta.
¿Cuántas cosas debemos erradicar para darle tranquilidad a la racionalidad extrema de algunos? Antes de acabar con los toros que cuidan la vida, debemos castigar a quienes arrasan páramos, secan nacimientos de agua, desvían ríos, talan árboles, siembran coca, contaminan suelos y asesinan esperanzas.
En la medida que entiendo al toro, más me apena que nuestra especie sea la depredadora de este hogar que recibimos hace siglos y que de seguir así, podremos no dejarle nada a nuestros descendientes.
Amigos antitaurinos, les aseguro que el toro de lidia tiene más para enseñarnos que muchos de nosotros. Solo la fiesta lo mantiene vigente, por eso acabarlo es cometer un magnicidio que espero no se cometa.