En diciembre 28 del año pasado, gracias al periódico La Patria, tuve la oportunidad de que me publicaran una columna titulada, “Fin de una pesadilla y despertar a una esperanza”. Lo sustancial de ese escrito fue comentar el daño tan grande que sufre Manizales como consecuencia de la administración más siniestra que ha habido en toda la historia de la ciudad, la del señor Marín, su gabinete, sus asesores y la mayoría de concejales de ese periodo.
Para no repetir lo del escrito arriba mencionado, sí quiero reiterar el problema que persiste y vive el segundo centro histórico de la ciudad, el sector de El Cable, relacionado con el ruido. La falta de control en un centro histórico puede acarrear una serie de efectos negativos que impactan tanto a los residentes como a los visitantes. La bulla constante hasta altas horas del amanecer y los siete días de la semana, no solo dentro de los establecimientos, sino también sobre el espacio que corresponde a los andenes; la venta de licor adulterado en algunos establecimientos públicos, el microtráfico, entre otros, es el ambiente propicio para la inseguridad.
Esa falta de control se traduce sencillamente en falta de autoridad que fue la que no tuvo la administración municipal anterior, pero con las promesas del actual alcalde de un Gobierno en Serio, todavía los habitantes del sector albergamos la esperanza que se tomen los correctivos del caso. Hay que reconocer que el manejo del problema no es fácil, pues para muchos no es un secreto que varios de esos establecimientos públicos que hay en la zona son de propiedad de políticos del Concejo Municipal y de la Asamblea Departamental, ¡qué tal el ejemplo! Y algunos locales propiedad del extinto senador Mario Castaño, pero así y todo conocemos del carácter, conocimiento y experiencia del ingeniero Jorge Eduardo Rojas, para hacer cumplir los códigos de policía y convivencia ciudadana.
Ahora bien, el ruido generado por el tráfico vehicular, actividades comerciales con parlantes en la calle, y eventos públicos sin regulación, afecta directamente la tranquilidad y descanso de los habitantes del sector, ese ruido excesivo genera estrés, insomnio y otros problemas de salud. Además, este ambiente ruidoso desincentiva la visita de turistas que buscan disfrutar de la historia y la cultura de la ciudad en un ambiente más calmado y agradable.
La pregunta es: ¿dónde están la Gerencia de la Noche, los inspectores de policía, las secretarías del Interior y de Medio Ambiente? El microtráfico y el consumo de sustancias alrededor de la Universidad Nacional sede Arquitectura, agrava aún más la situación en el tema de seguridad y salud pública. Todo lo anterior amerita la ejecución de un presupuesto para invertir en campañas de cultura ciudadana que toquen estos asuntos. Vale la pena invertir en controladores nocturnos para detectar a los vándalos que generan acciones destructivas como pintar o rayar paredes, muros, tapias, vidrios, y que impongan el castigo merecido. Debe existir mayor control frente a la ocupación del espacio público, pues la cantidad de vendedores informales hace difícil la movilidad peatonal y afea el lugar.
Estos problemas, cuando no se abordan de manera integral y con medidas efectivas, llevan a la decadencia de la ciudad. La preservación del patrimonio, la seguridad ciudadana y la calidad de vida de los habitantes deben ser prioridades para garantizar que estos espacios sigan siendo lugares de orgullo y atractivo para todos. Hasta cuándo señor alcalde.