Con frecuencia las preguntas simples son más difíciles de contestar. Por ejemplo, quiero compartir una pregunta que me ha estado dando vueltas durante los últimos días; me la hizo una aguda lectora que se quedó pensando en una de mis columnas anteriores y me escribió: ¿qué es para usted un mal libro? Reconozco que la respuesta no me parece fácil, es más, confieso que me tiene patinando la mente y creo que ese es motivo suficiente para dedicar este espacio a la respuesta.
Empiezo diciendo que he leído libros malos en mi vida como Hercólubus de Joaquín Enrique Amórtegui Valbuena, el Alquimista de Cohelo o los Cantos de Maldoror del Conde de Lautréamont (aunque antes de dejar morir la idea, hay que decir que este último tiene un gran componente poético). Las razones por las que los considero libros malos son distintas. Parto de esas diferencias para intentar dar una respuesta corta primero: Un libro es malo porque está mal escrito, o porque no nos gustó, o porque la sociedad lo califica de forma negativa. ¡Veamos ahora la respuesta larga!
La mala literatura puede venir incluso de escritores famosos y con notables capacidades escriturales; lo que me encuentro en un primer nivel de análisis es su contenido. Un libro que no pasa el examen de fondo (contenido) y forma (narrativa) es desestimado con rapidez; a menudo son obras difíciles de leer porque transgreden los criterios estilísticos y del género que actúan como moldes de valor para la historia. Puntualmente un libro puede tener una buena trama, pero defraudar con la frivolidad de sus personajes, o puede tener un buen uso de recursos y estilos, pero no tener equilibrado el lenguaje o presentar incongruencia con las perspectivas literarias y sociales. Cualquiera de estos aspectos podría hacer que una obra ingrese al listado de los libros livianos al volver inestable o desestructurada su composición.
Con esto en mente, otra variable definitiva en la evaluación de un libro, es el gusto del lector, lo que implica que aquello que puede ser malo para mí, podría ser bueno para otra persona, no dudo que exista gente que considere como excelentes a uno de los tres libros que mencioné al inicio. Sin embargo, la valoración, que es subjetiva, va formando a placer la biblioteca personal mediante gustos, juicios morales y preferencias. Por ejemplo, la trilogía de E. L. James (Cincuenta sombras de Grey) siendo una obra con gran éxito en ventas (best seller), tiene una cantidad de detractores entre los que me incluyo, por la saturación de contenido sexual explícito. Si bien entre gustos no hay disgustos, le corresponde a cada quien desestimar aquellos libros que no son de su agrado por la razón que sea.
El último de los aspectos de los que quisiera hablar es el de la influencia social, sí, esa dinámica del mundo de las instituciones que fabrican realidades, que construyen negocios y llegan a satanizar una obra incluso de gran hechura, así como convierten en éxito de ventas, textos a menudo sobrevalorados. Desafortunadamente el ámbito editorial y comercial mantiene unos intereses muy distintos a los del arte en su esencia pura, lo que hace que las instituciones y en general los medios de comunicación agoten sus páginas resaltando obras que son tan solo la punta del iceberg de la escritura.
Los malos libros sí existen apreciados lectores, los venden pirateados y en tiendas finas, en cadenas internacionales, en colegios, almacenes y oficinas. Los venden de segunda mano y con carátulas divinas. Son malos, aunque la expresión suene muy dura, porque son libros que, al leerse, matan en nosotros la lectura.