Ser mujer no es igual a ser hombre: ya es magnífico no estar solos en la tierra. En esa diferencia hay razones para estar agradecidos por su existencia en el marco de esta celebración internacional. Que los hombres no seamos como ella nos hace desear aprender aquello que la hace única para emular atributos en los que nos supera ampliamente como su grandiosa capacidad de amar y de sentir gratitud.
Ser mujer produce admiración de muchas formas si tenemos en cuenta su legado histórico de fidelidad, benevolencia, empeño y capacidad para lograr que las cosas buenas sucedan, porque su presencia cumple el propósito creador que hay en el mundo; no solo la creación de la vida sino de ideas, formas, expresiones, invenciones, negocios y experiencias. Es verdad que ha sido perseguida y exigida desde el principio, puesta a prueba con frecuencia; pero también lo es que la sociedad no existiría sin ella a pesar de los esfuerzos desatados por truncar su éxito.
El mundo le adeuda a la mujer amparo, cuidado y consideración respecto a sus roles y propósito en la vida, porque hemos valorado su belleza estética pero no la divina feminidad que se corresponde con su belleza interior, esa inexplorada por las tendencias de moda, el consumismo y la industria sexual. Es prudente reconocer que la mujer es más que su apariencia física, que es una excelentísima administradora y cuidadora. Ella es más espiritual que el hombre, así como compasiva, comprensiva y emocional.
La mujer encarna amor y cuidado en su abrazo más poderoso que el grito; esos atributos esenciales para la enseñanza y la comunicación correcta, de ahí que su influencia trascienda las paredes del hogar hasta el vecindario, las organizaciones y las comunidades. No hay duda de que sus capacidades son loables, por eso conviene creer en su competencia, firmeza, servicio, idoneidad e inteligencia. En ese reconocimiento hay que decir lo mucho que hemos tardado en entender que su ternura es fortaleza y no debilidad, que su vientre es sagrado y que su influencia es esencial para el buen vivir de los pueblos.
El mundo será un lugar mejor cuando nos dediquemos a valorar a la mujer sin recelos ni competencia, porque ella da paz y esperanza, ella inunda de amabilidad los espacios, infunde respeto y contagia de fortaleza a sus seres queridos ¿Qué contribución mejor puede hacer alguien? Donde hay una mujer, hay un hogar, y en épocas turbulentas éste se mantiene gracias a sus esfuerzos, porque nunca fue más valiente el soldado que la que cuida del niño en la cuna, ni fue más exitoso un hombre que una mujer empoderada.
Que este día de la mujer sea uno con mayor apoyo para que ella sea todo aquello que deliberadamente quiera ser, para que sienta nuestra confianza en lo que hace, para que cultive sus atributos con iguales o mejores oportunidades y no tenga que vivir pendiente de satisfacer expectativas particulares. Que pueda ser dura y también delicada; que pueda ser fuerte y también amable; que pueda ser ruda y también refinada; que sea una mujer exitosa y de gran virtud espiritual. Que sea brillante y muestre abnegación; que pueda aspirar a la popularidad sin dejar de conservar su riqueza personal.
La mujer nace y la mujer también se hace en el tiempo, con dosis de amor parental y una crianza de respeto por su opinión, su corporalidad y su identidad. Que su lucha impulse la fuerza de sus virtudes para el desarrollo de su potencial individual y colectivo. Que entendamos que no somos enemigos ni competencia, sino humanos que honramos hoy su existencia.