A primera vista, el anuncio de la reglamentación de sodio en alimentos, no suena controversial, pero mal hecha, es un precedente peligroso. Dicho esfuerzo podría significar mejor etiquetado o más impuestos para resarcir costos al sistema de salud. En la Resolución 2013 de 2020, el gobierno Duque reglamentó los niveles de sodio de 59 productos, con el efecto funcional de prohibir la mostaza, el extracto de pescado, y la salsa soya. Si no las encuentran en supermercados, esta es la razón. Las energías que el gobierno no gasto con el tabaco, el alcohol o el colesterol, las consumió contra el sodio. Esta decisión instala un gobierno chef que le puede decir a sus ciudadanos cómo y qué comer, un paso adicional de arbitrariedad.
No es para poner en duda las facultades del gobierno de reglamentar productos de consumo masivo. De hecho, con el tabaco se obliga al pago de más impuestos, se limita el uso de su publicidad y se restringe su venta a mayores de edad; sin embargo, la Resolución 2013 amplía el alcance a tal punto que acabamos en el ridículo de situaciones en las que mientras los aeropuertos se desviven vendiendo alcohol y cigarrillos en el duty free, personas como Thierry Ways tienen que pasar con nervios en la aduana por tener mostaza Dijon. Si la ciencia fuera clara, esto hasta tendría algo de defensa, pero no lo es.
Es verdad que una serie de estudios de los 2000s en EEUU demostraron que el alto consumo de sal puede causar un aumento en la tensión arterial: se argumenta que la sal afecta nuestro sistema nervioso, el cual aumenta la presión. Por eso, recomendaron en una dieta que no sobrepasara los 2,300 gramos diarios. A partir de ahí, empezó la avalancha de etiquetado en otros países, con Chile proponiendo leyes para prohibir los saleros en los restaurantes.
No obstante, un meta-análisis de estudios del American Journal of Hypertension encontró que no hay evidencia que demuestre que reducir el consumo de sal disminuye el riesgo de ataques al corazón, derrames o muerte por alta presión arterial. Otros estudios de Lynn Moore de Boston University, tras seguir a 2,632 personas por más de 16 años, encontraron que una dieta baja en sodio no tiene ningún tipo de correlación en la presión arterial. La correlación si esta comprobada cuando la sal se consume en comida altamente procesada, pero extrapolar eso puede hacer que justos paguen por pecadores. Por eso, la prestigiosa revista Scientific American ha tratado de frenar la guerra contra la sal de varios políticos.
Muchas veces nos gusta copiar las políticas públicas de EE.UU. para estar a la vanguardia, la medida de Min Salud en sus 59 productos cobija salchichas, panes, quesos, entre otros. Lo no producido en Colombia, no se ajusta porque el tamaño de nuestro mercado no lo justifica, por ende, queda prohibido. Al contrario del jamón, donde se come todo el producto, las salsas tienen un elemento discrecional donde no todo necesariamente se aplica, un picante puede tener mucho sodio, pero la persona aplica poco.
Empezaron a restringir las libertades en algo sin consenso médico, pero con pocos defensores. En 2024, la misma resolución va a endurecer aún más las restricciones de sodio, sacando más productos del mercado. Ojalá el nuevo Min Salud, revise esta mala decisión del gobierno anterior.