Expertos coinciden en que el Clan del Golfo (sus miembros también se hacen llamar Autodefensas Gaitanistas de Colombia-AGC) es una organización delincuencial con multiplicidad de brazos armados en todo Colombia, que en muchos casos contrata en distintas regiones a otras bandas locales, dependiendo de los objetivos criminales que persiga. Eso le permite lograr una rápida movilidad en los territorios y tener una estructura fuerte pero flexible que impide saber a ciencia cierta cuántos son sus miembros, pero se calcula que son más de 3 mil y menos de 13 mil.
Lo único cierto es que hoy por hoy es la organización criminal más grande y peligrosa que hace presencia en el país, lo cual quedó demostrado el pasado fin de semana, cuando en desarrollo del paro armado que anunció quemó cerca de 200 vehículos y asesinó a 8 personas, dos de ellas uniformados de la Fuerza Pública. Sus negocios combinan actividades legales e ilegales, que van desde la ganadería y el comercio hasta la minería ilegal, el narcotráfico y la extorsión o venta de “servicios de coerción”, como los llama Víctor Barrera, investigador del Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP), en Bogotá.
En octubre del año pasado, cuando Dairo Antonio Úsuga, alias Otoniel, cayó en manos del Ejército, el presidente Iván Duque dijo: “Con este golpe se marca el fin del Clan del Golfo”. Los hechos han demostrado que fue una afirmación apresurada, y que esa agrupación, considerada neoparamilitar, en lugar de irse abajo está tomando fuerza. La reciente extradición de Otoniel les permitió a los actuales jefes, Jesús Ávila, alias Chiquito Malo, y Wílmer Giraldo, alias Siopas, entre otros, mandar el mensaje de que ellos dominan amplios territorios en Colombia.
Hay críticas al gobierno en el sentido de que, en lugar de hacer rápida presencia en esas zonas, cuando se anunció el paro armado la semana pasada, para evitar que ocurriera, las AGC desplegaron sin problema su aparato de terror y solo se vino a reaccionar cuatro días después, cuando ya el paro había sido levantado. Ahora se anuncian recompensas, persecuciones y operaciones especiales para ir por los cabecillas. Ojalá así sea, pero es válido preguntarse si se concretará el fin de esa banda, en caso de que esa ofensiva tenga éxito. Las evidencias dicen que no.
Lo cierto del caso es que mientras se mantenga el mismo modelo de lucha contra el narcotráfico que lleva fracasando cerca de 50 años, las mafias que se lucran de ese negocio se reciclarán y se harán cada vez más resistentes. Para poder acabar con organizaciones como esta el camino debe ser quitarles el dinero a los narcotraficantes con opciones de lucha que avancen hacia la regulación de ese comercio, obviamente, bajo los debidos controles. También es fundamental insistir en la política de sustitución de cultivos ilícitos, con estímulos para los campesinos.