Venezuela y Colombia no solo comparten una frontera de más de 2.200 km, tienen también una historia común que se remonta a la época de la Colonia española, y que luego, en la vida republicana de ambas naciones, ha tenido momentos de entendimiento y hermandad, así como otros de tensión y dificultades diplomáticas, como el actual.
El trato entre países independientes se debe basar en el respeto por la libre determinación de cada uno, pues sobre esa base se construyen las relaciones políticas y económicas en un ambiente constructivo. Es claro que en Venezuela existe una dictadura, que desde que el chavismo asumió la Presidencia en manos de Hugo Chávez hace más de 20 años, ha venido cooptando todos los poderes, desde el judicial hasta el legislativo, pasando por los organismos de control y la organización electoral.
Colombia, junto con cerca de 60 países, incluidos Estados Unidos y la mayoría de los europeos, han desconocido a Nicolás Maduro como su presidente y han pretendido forzar a ese régimen para que convoque a unas elecciones libres, con veedurías estrictas, pero, hay que decirlo, sin mayores resultados.
El llamado “cerco diplomático” con el que se pretendió aislar a ese país no funcionó, y, por el contrario, los Estados Unidos, forzados por la escasez de petróleo consecuencia de la invasión rusa a Ucrania, están tratando de normalizar las relaciones comerciales con Maduro para abastecerse de las enormes reservas energéticas de los venezolanos.
La situación económica en Venezuela es calamitosa, en los últimos 10 años su PIB se ha contraído en un 75%, los índices de inflación se miden en millones porcentuales, el aparato productivo está destruido, y está explotando menos de un 20% del petróleo que extraía hace 8 años. Sin embargo, esa debacle parece haber tocado piso, y ahora se percibe más estabilidad y algún crecimiento, gracias a una dolarización no declarada de su economía.
Se calcula que de Venezuela han salido más de 6 millones de personas, la mayoría huyendo de la pobreza, y otro tanto de las persecuciones políticas. Colombia, en particular el gobierno de Iván Duque, ha recibido con generosidad a los vecinos, cerca de 3 millones están en nuestro país, brindándoles salud y oportunidades laborales con una solidaridad muy aplaudida por el resto del mundo, pero que merecería de mejor contribución.
Con el cambio de gobierno en Colombia, llegan nuevos aires para esa relación. El presidente electo, Gustavo Petro, recibió la llamada de felicitación de Nicolás Maduro, y trinó diciendo que va a “restablecer el ejercicio de los derechos humanos en la frontera”. Lo cierto es que hay ahora más afinidad ideológica entre los mandatarios, por lo que lo que debe suceder es que se normalicen las relaciones diplomáticas, hoy cortadas, y las económicas con la reapertura total de las fronteras.
Mirando con pragmatismo las cosas, esa sería la situación ideal, pues reduce presiones militares, permite presencia diplomática para que ambos gobiernos atiendan a sus connacionales en el extranjero, le brinda oportunidades económicas no solo a los habitantes de la frontera, sino que a la industria colombiana se le puede reabrir un mercado que en su momento fue el primer destino de sus exportaciones, pero todo con cuidado y certeza jurídica y de pagos.
Por lo demás, y no menos importante, es que haya garantía para Colombia de que Venezuela no será un refugio para terroristas y narcotraficantes. Hay evidencias de la presencia en ese país de las disidencias de las Farc, que traicionaron los acuerdos de paz, y de miembros del ELN. Eso no se puede permitir si lo que se pretende es que se construyan nuevos lazos de amistad y confianza entre ambas naciones.
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