De acuerdo con la agencia de noticias Bloomberg, cerca de 1.500 niños menores de 18 años murieron por armas de fuego el año pasado en Estados Unidos. Se contabilizaron en el 2021 un total de 342 “tiroteos no intencionales” en los que participaron niños y que arrojaron un resultado de 141 muertos y 219 heridos. Evidentemente, los tiroteos “intencionales” son responsables de la mayor parte de las muertes, pero también se puede afirmar que el fácil acceso a las armas en los hogares facilita que ocurran este tipo de hechos, como el que cobró la vida de 19 niños y dos profesores en una escuela de Uvalde, en Texas, el pasado martes.
Salvador Ramos era el nombre del joven, de 18 años recién cumplidos (el 16 de mayo), que atacó a tiros a los niños y los maestros, luego de haberle disparado a su abuela de 66 años, con quien vivía. Se desconocen los motivos de su acción criminal, dirigida a infantes entre los 7 y los 10 años, de procedencia hispana, además de sus maestros, a quienes conocía bien, ya que pasó varios años como estudiante en esa institución, pero en Instagram había publicado el pasado fin de semana una foto en la que aparecía al lado de sus nuevas armas.
Todo indica que el asesino tenía una personalidad violenta, y pudo adquirir las armas al cumplir los 18 años, lo cual constituye una verdadera aberración legal en la principal democracia del mundo. Los expertos hoy analizan que Ramos sufría serios problemas mentales y perturbaciones de su personalidad que lo llevaron a actuar como lo hizo, y frente a lo cual la reacción de la Policía fue darlo de baja.
Quienes lo conocieron, señalan que Ramos fue víctima de bullying en la escuela debido a defectos en el habla, así como por las malas condiciones económicas de su familia, según notas periodísticas del Washington Post y CNN. Desde luego que nada justifica este salvajismo, pero estas características sí pueden dar alguna explicación a sus trastornos. Poder adquirir un arma de fuego sin filtros ni impedimentos es lo que lleva a que ocurran estas tragedias, y la demostración de que la enfermedad es general la parece ilustrar el gobernador de Texas, Greg Abbott, al proponer como solución que los maestros se armen para defenderse; ni más ni menos que la ley de la selva. Frente a este hecho, que es solo uno más de la larga lista que se tiene cada año, el presidente Joe Biden expresó: “Estoy harto y cansado de esto. Tenemos que actuar”. No obstante, son tan poderosos los dueños de la industria de las armas en ese país, que seguramente pasará lo mismo que en ocasiones anteriores, en las que los presidentes han prometido infructuosamente actuar para restringir ese mercado.
Para cambiar las normas de porte y comercialización de armas, el jefe de la Casa Blanca tendría que llevar un proyecto de ley al Congreso, donde el lobby de los fabricantes de armas mueve millones de dólares. En el pasado varios intentos de reformas se han caído en medio de esa dinámica, y pese a la gravedad de las masacres nada pasa. No podemos olvidar que el derecho a tener armas está consagrado en la Constitución estadounidense, y que en estados como Texas, en lugar de restringir, a finales del año pasado eliminaron la exigencia de tramitar un permiso para poder comprarlas.
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