Los concejos y asambleas de todo el país tienen en este momento en sus manos la que debería ser la decisión más importante de todos los alcaldes y gobernadores que se posesionaron al principio de este año: los planes de Desarrollo, el instrumento concebido como una oportunidad para que en cada localidad se tomen decisiones de largo plazo, con coherencia y con idea de que haya continuidad.
Infortunadamente lo que se ha demostrado en la mayoría de los casos es que durante el primer semestre de cada mandato se invierten esfuerzos en sacar adelante un Plan que pronto pasa al olvido por diferentes razones. Una indiscutible es que nuestro país vive en permanente emergencia, que obliga a cambiar prioridades y que hace que los mandatarios deban hacer lo que pueden, no lo que sueñan. Otra tiene que ver simplemente con la falta de voluntad política.
Estos planes deben tener un alto componente técnico; que con instrumentos, estadísticas, presupuestos y potencialidades, prevea las mejores decisiones, pero de nada sirve un documento que parta solo de las decisiones tomadas con base en teorías sofisticadas, sino se toma en cuenta a la gente. Por eso, es tan importante la participación, que los ciudadanos, las organizaciones, los gremios ayuden a dar perspectiva de realidad a lo que se trace. Tampoco se trata de un plebiscito, no puede ser un documento al que le carguen una lista de mercado, que es el mayor riesgo que se corre cuando llega a asambleas y concejos.
No se puede olvidar que la Constitución Política de Colombia definió el voto programático y que, en teoría, cuando se elige a un mandatario en nuestro país se está sufragando por una propuesta de Gobierno, no por una persona, algo muy difícil de lograr en un régimen que privilegia el liderazgo individual, no el colectivo. Pero al Plan de Desarrollo deben llegar las ideas por las que votaron los ciudadanos. No es hacer una ciudad o un departamento a imagen y semejanza del gobernante, sino que sea el resultado de una gran conversación, como la planeación estratégica de una empresa, donde quepan la mayoría y que prime el consenso por las apuestas estratégicas. En un país con carencias, como las del nuestro, no se puede pretender que hay recursos para todo.
Ahora bien, lo público debe ser regido por un principio fundamental, la transparencia. Desde el primer momento el proyecto, las discusiones, los aportes deben estar al alcance de cualquier ciudadano, de la academia, de los periodistas, para que se vaya informando. Evaluando planes pasados nos hemos encontrado con propuestas que sirven para Caldas como también para la cochinchina, o que son tan ambiciosos que les quedan grandes hasta a ciudades con todos los recursos.
Los alcaldes tienen en los planes de desarrollo un potente instrumento de planificación y la posibilidad de poner a la ciudad a trabajar en común. Sin embargo, a veces la incapacidad de ver más allá de los límites de su pueblo o el desdén por los instrumentos técnicos hacen que nuestros municipios sigan siendo gobernados de tan precaria manera y por los mismos que han impedido progreso alguno. Es hora de ser prospectivos y eso se logra en comunidad, no en solitario.
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