Según la Unesco, en el mundo viven 2.200 millones de personas sin acceso al agua potable. América Latina y el Caribe, que cuenta con la tercera parte del líquido del planeta, sigue con unas 166 millones de personas con carencias de ese servicio, mientras que el 50 por ciento de las aguas residuales no reciben tratamiento adecuado. Por este motivo, en el reciente Día Mundial del Agua, el pasado miércoles, expertos y organizaciones que luchan por su defensa llamaron la atención sobre la urgencia de proteger este recurso invaluable.
En Nueva York se cumple la Conferencia Mundial sobre el Agua y de entrada advirtió que la crisis climática es una realidad que se puede hacer irreversible si no se toman medidas radicales para seguir contaminando el planeta. Y esto afecta de manera directa el suministro. Por esta temporada, cuando en el norte de la Tierra entra la primavera, nuestros países ven con preocupación cómo los extremos climáticos son más evidentes. En regiones como Argentina y Chile se han vivido incendios devastadores por las altas temperaturas en los primeros meses de este año, Perú y Colombia sufren inundaciones y deslaves.
Lo grave de todo esto es que son los mismos científicos que estudian el tema, quienes advierten que esta tendencia puede empeorar, no mejorar. Por eso, nuestras generaciones que han visto cómo los ríos de antes son hoy quebradas y estas, riachuelos, mientras que se secan nacimientos, sabemos que la advertencia tiene sustento. Si bien consideramos una fábrica de agua nuestra región andina, también hay que advertir que desde hace rato se anuncia que justamente somos parte de quienes sufriremos problemas de abastecimiento en un futuro no muy lejano. Todo esto, en un momento en el que se da la presión de las ciudades con su crecimiento para el consumo, también por factores como la deforestación, la ganadería extensiva, la pérdida de los casquetes glaciares o el uso de monocultivos, que presionan las fuentes y generan conflictos ambientales con las comunidades que ven la reducción de los caudales.
En Manizales, a mediados del siglo pasado, unos visionarios se dieron cuenta que la ciudad no tendría futuro sin un suministro continuo, que este recurso había que cuidarlo y eso es lo que ha permitido que se cuenten con importantes plantaciones de árboles, tanto en terrenos de Aguas de Manizales como de la Chec, porque sabían que protegiendo este recurso se aseguraría el suministro, tanto para el consumo de los manizaleños como para la producción de energía, una inversión que se convirtió en estratégica como lo vieron entonces esos manizaleños, sobre cuyas ideas se sigue construyendo.
Los Objetivos de Desarrollo de la ONU planteados para el 2030 proponían el acceso universal al agua potable, pero Latinoamérica sigue lejos de esa meta y tampoco se ve que se haga una gestión idónea y colectiva para lograrlo. En nuestra región, los pendientes pasan por las zonas rurales. Deberían acelerarse los planes para llevar agua potable a todos los caseríos, buscar las maneras para lograrlo y, a la vez, generar planes de reforestación, adquisición de bienes donde están los nacimientos de ríos y quebradas y pensar en cómo nuestra amplia región de páramo busca conservarse como fábrica de agua que es, al lado de los humedales.
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