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Respetar la institucionalidad es acatar las reglas de juego, de tal manera que se tomen en cuenta los objetivos de esos organismos y sus procedimientos, incluidos los métodos contemplados para sus propias reformas. “Hay que defender las instituciones” se grita desde las concepciones más conservadoras, se reitera desde posiciones más liberales y hasta representantes de la izquierda difunden el estribillo. Pero seguramente no todos piensan lo mismo cuando enarbolan esta causa, porque entonces pensarían igual y no es así.

Esto es parte de la complejidad que trae el estadio posmoderno que vive la democracia. La ciudad fue un gran invento de la humanidad, toda vez que hizo posible la convivencia entre miles y hasta millones de Trino del día habitantes y consiguió abaratar costos de los servicios públicos para atender al mayor número de personas posible con mínimos recursos. Esa aglomeración obligó a la creación de organizaciones que trascendieran para la toma de decisiones y la resolución de problemas.

Una institución era el corrupto Senado de Roma como también la Corte de alguna monarquía europea, igual que los ejércitos de cada nación. Es decir, no hay manera de llegar a un consenso que respete una sola manera de entender la institucionalidad. No obstante, con la llegada de la democracia, otro invento importante de la humanidad para la civilidad, se establecieron mecanismos de poder, de contrapoder y de garantía del equilibrio de los poderes. Se encontraron maneras formales y reglas de juego establecidas para que fuera transparente la administración entre todos.

Los tiempos cambiantes obligan a reformas institucionales que permitan acomodarse a las exigencias del momento, pero los autoritarismos no gustan de cumplir con reglas de juego y por eso tanto populista cuando llega al poder emprende reformas que acomoden la Administración del Estado a su forma de concebirlo, olvidando que el consenso y el respeto a las minorías son clave en la legitimidad institucional, como lo recuerdan los autores del libro ¿Por qué fracasan los países?, recientemente galardonados con el Premio Nobel de Economía.

Las reformas a la justicia acometidas en países tan disímiles como Israel, gobernada por la derecha extrema, y en México, en la otra ala ideológica, para que el Ejecutivo intervenga de mayor manera en el nombramiento de los jueces en el primer caso y a través de elecciones populares en el segundo, terminan por resquebrajar los consensos. Al hacer esto, pierde el poder Judicial, que sin ser perfecto, como no lo es nada en una democracia, lo peor que le puede pasar es que pierda autonomía.

El poder de las instituciones pasa por las posibilidades de independencia que tengan y, claro, porque los que estén a cargo suyo entiendan que su paso por allí siempre será efímero y que lo que importa es que cada institución cumpla de la mejor manera su misión. Las instituciones las conforman personas y son estas las que hacen posible que aquellas sean fuertes. Y esto no se logra queriendo transformarlas a imagen y semejanza del directivo de turno. Todo lo contrario, se logra teniendo en cuenta las reglas de juego. Respetarlas es parte del proceso democrático.