Cuando Gustavo Petro asumió hace un año la Presidencia de la República había temor en Colombia por sus ideas progresistas, opuestas a las de todos los gobiernos anteriores en el país. Él, un hombre de amores y desamores, en extremo, arrancó el mandato con el estigma de haber sido guerrillero del M-19, y su cercanía a movimientos insurgentes y a gobiernos dictatoriales como el venezolano de Nicolás Maduro. El decir era que si Petro ganaba, Colombia sería una nueva Venezuela. Pero esto no ha ocurrido y el país sigue fortalecido en sus instituciones.
Su bandera es la del Gobierno del Cambio, que buscó consolidar pronto a través de por lo menos 30 reformas propuestas. Tuvo éxito con la tributaria y la del código electoral, con el resto no ha encontrado la clave para mantener una coalición de Gobierno en el Congreso que se las apruebe. En lo económico, el presidente se mueve entre aspectos positivos como la reducción de la inflación, la baja en la tasa de desempleo, el aumento de inversiones extranjeras; pero hay otros tan negativos como el exagerado aumento en los precios de la gasolina, que no paran, la ralentización del crecimiento económico y sus ataques al sector empresarial y gremial, y querer hacer una transición energética a como dé lugar.
La ejecución del presupuesto nacional es muy baja, lo que ha llevado a pensar que Petro como congresista demostró ser un muy buen opositor, pero como gobernante no le va bien. La vicepresidenta, Francia Márquez, no le ha ayudado mucho en el empeño del cambio. Llegó asegurando como un mantra que los colombianos empezaríamos a “vivir sabroso”, lo que no se ha visto. En lo social prometieron desde campaña la lucha contra la pobreza y las desigualdades y para ello crearon recientemente el Ministerio de la Igualdad y la Equidad, a cargo de la vicepresidenta, que se espera despegue pronto con resultados en los territorios más vulnerables.
Es positiva la apuesta por la paz total, pero dentro de este proceso no se puede sacrificar la seguridad y defensa del Estado y de los ciudadanos para brindar concesiones a grupos guerrilleros. El cese al fuego bilateral firmado con el Eln, como parte de unos diálogos, empezó a regir el jueves y debe tener el máximo de controles para que no se salga de lo establecido, ni se deje permear por disidencias, como ocurrió con las Farc. Ha marcado la imagen presidencial sus salidas al balcón para atizar los ánimos a la movilización en las calles, debería ser más cauto, porque no puede olvidar que es el presidente de todos, de los que están a favor de sus reformas, pero también el de sus contradictores.
Para el presidente ha sido un primer año duro, marcado por escándalos de corrupción, irregularidades, presuntas actividades ilegales entre algunos de su personal de confianza, ministros, embajadores, directores y presidentes de entidades nacionales, y hasta de su propia familia. Todo ello ha minado la confianza en el Gobierno y tiene en vilo su permanencia, por los señalamientos de su hijo Nicolás ante la justicia. Tampoco le favorece a la gobernabilidad que en 12 meses haya tenido que hacer por lo menos 11 cambios de ministros; ni ser el jefe de Estado que más viajes al exterior ha hecho -21 en 11 meses- que lo dejan como un presidente ausente. Se dice que si a Petro le va bien, al país también, por eso debe revaluar lo que le critican con argumentos razonables y cambiarlo. Solo así empezará a generar confianza.
Fecha Publicación - Hora