Hugo Chávez fue la respuesta para un país que se encontró acorralado entre las formas políticas clientelistas y clasistas, algunas corruptas. Un hombre fuerte, de formación militar, que venía de abajo y que ya había sido parte de una intentona golpista. Con su verbo encendido y sin filtro cautivó a quienes estaban cansados de que el sistema no los acogiera a todos, también para quienes creían que era necesario un giro completo de rumbo en un país que se destacaba en Latinoamérica por la cantidad de divisas recibidas, gracias a contar con las reservas petroleras más grandes del mundo.
Su llegada al poder fue vista con recelo por un sector del país, pero a medida que empezaron los cambios algunos se fueron acomodando al nuevo sistema, bien porque creían que había cambios necesarios, bien por cuidar sus intereses, bien por no alterar el poder. Poco a poco, Chávez fue tomando decisiones que le torcieron el pescuezo a la democracia. Nombró jueces y magistrados con más visión política que jurídica, hizo referendos uno tras otro para mantener la idea de que la democracia se hacía en las calles, pero que le daba la ventaja de que como candidato era estupendo. También dio cargos clave a personal del Ejército y de la Policía y vio en la prensa un enemigo que había que someter. Luego vinieron las decisiones más duras: permitirse ser reelegido tras cambios sucesivos en la Constitución, la expropiación de bienes privados y la nacionalización de productos producidos en el país.
A lo anterior, sumó un sistema que le permitió a Venezuela financiar proyectos políticos similares en diferentes países, fue durante un tiempo el oxígeno para Cuba y tuvo mucho que ver en la llegada de las izquierdas a países como Argentina, Ecuador y Bolivia, entre otros. Sin embargo, cayó el petróleo, no contó con personal técnico para tomar las decisiones, se dio la politización de todo y la dialéctica sofista se mantuvo hasta que Chávez murió hace diez años en el preludio de lo que iba a ser la debacle económica que llegó con el sistema autocrático perpetuado por Maduro con su intervencionismo económico, que se sembró en la era chavista.
Diez años después de la muerte del llamado comandante presidente, Venezuela está peor que antes. La emigración provocada por la necesidad económica y la persecución política es una tragedia que nos ha impactado a todos los países americanos, y principalmente a Colombia, socio natural por la extendida frontera. Después de cercos diplomáticos, del no reconocimiento de casi 50 países del Gobierno de Maduro, de las sanciones económicas, Venezuela sigue más pobre y el régimen en pie. El aire brindado por otros países y la lamentable gestión de la oposición interna están entre las causas para que no cese la horrible noche que están viviendo los venezolanos.
En Colombia hay quienes dicen que estamos lejos de convertirnos en una Venezuela. Ojalá sea así, porque si algo ha permitido palear en parte la crisis en el vecino país es la venta del petróleo, pero Colombia no quiere aspirar ni a eso. La realidad histórica venezolana debe ser vista con ánimo de aprendizaje tanto por quienes hoy están en la oposición, como por quienes están en el poder, que gustan del espejo retrovisor, para que se lo apliquen también a Chávez. Así podemos evitarnos repetir los mismos errores. No es mucho pedir.