De nuevo, y esta vez en un escenario internacional tan significativo como el Foro Económico de Davos, el Gobierno Colombiano insistió en que no se firmarán nuevos contratos de exploración y explotación de petróleo y gas natural. La ministra de Minas y Energía, Irene Vélez, le apostó al desastre económico del país, enfatizando en que se empeñará exclusivamente en sacar adelante proyectos de generación de energías renovables, lo cual tiene más de romanticismo que de realidad.
Lo peor es que el presidente Gustavo Petro salió a respaldar la impertinente voz de la funcionaria, quien poco sabe de los principios misionales que debería tener ese ministerio, y agregó que de a mano del turismo el país podrá reemplazar los recursos que ingresan a Colombia por la vía de la producción y venta de petróleo y gas, lo cual además de ser absurdo es irrealizable, cuando se piensa que en el 2022 solo Ecopetrol entregó al Estado recursos por cerca de $27 billones, una cifra que nunca podrá alcanzar otra actividad económica en el país por más exitosa que sea.
Evidentemente, es un buen propósito cuidar el planeta y trabajar por la protección del ambiente, y sería ideal que el mundo entero se enfocara en esa tarea de manera coordinada y armónica. Sin embargo, sería suicida que nuestro país se juegue ese camino en solitario, sacrificando las principales fuentes de recursos y llevándonos a una crisis de la que difícilmente podríamos levantarnos. El obsesivo fundamentalismo ecológico de la ministra Vélez va en contravía de la lógica de un país con tantas necesidades, que lo que requiere es dinero para financiar todos los programas sociales que se anuncian.
Es verdad que es clave impulsar la transición energética, pero insistimos en que la mejor manera de hacerlo es usando los ingresos que en alta cantidad nos entregan actualmente las exportaciones de hidrocarburos para sentar las bases de ese cambio hacia las energías limpias. Lo demás es una quimera sin pies ni cabeza en la que el discurso fatalista acerca del futuro del mundo solo logra conducirnos al desastre. No puede negarse el fenómeno del Cambio Climático, y hay que establecer estrategias para luchar contra él, pero Colombia no puede echarse toda la responsabilidad sobre sus hombros, porque sería echar al país al abismo, sin recibir la más mínima recompensa.
Además, no solo se trata del absurdo de dejar enterrada una significativa fuente de riqueza, sino de expulsar inversionistas y de cerrarles la puerta a otros capitales que podrían venir a ayudar a desarrollar a Colombia. Por donde se le mire ese es un enfoque equivocado que esperamos que, más temprano que tarde, el Gobierno Nacional corrija para el bien del país.
Si de verdad quieren tener un impacto en la mejora de las condiciones ambientales del planeta, deben incentivar la recuperación de la selva amazónica, hoy gravemente afectada por la deforestación para cultivar coca y engordar ganado, o, con efecto más inmediato para los habitantes de las grandes ciudades, acelerando la conversión a vehículos de energías limpias para el transporte público.
Si el presidente Petro quiere tener, en realidad, cómo ejecutar su Plan de Desarrollo, y llevar el país en una dirección de progreso, tendrá que mantener la posibilidad de seguir explorando y explotando hidrocarburos por un tiempo, y entender que la transición energética va a requerir de, al menos, unas tres décadas para concretarse. Además, solo en la medida en que las potencias sigan ese mismo camino tendría sentido insistir en avanzar en esa dirección. Una insistencia gratuita en esta obsesión solo significaría llevarnos a la ruina.