Manizales decrece de forma acelerada en número de niños y esto desde hace rato pasa factura al sistema educativo. La matrícula ha caído cerca del 40% en 20 años, hoy son apenas unos 50 mil estudiantes , razón por la cual se debe entender que va a ser imposible sostener el mismo número de sedes educativas con las que se cuenta hoy. Esta realidad es parte de lo que motivó que las contralorías de la República y de Manizales llamaran la atención sobre los convenios que aún tiene el Municipio con algunos colegios religiosos para que les preste el servicio educativo a comunidades de distintos sectores.
Es la realidad que están viviendo colegios como la Divina Providencia, La Salle, Cristo Rey y el Perpetuo Socorro. De hecho, ya el primero de estos, administrado por la comunidad de Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia, anunció que no va más, después de 84 años en la Comuna San José, pues se le hace imposible sostenerse sin asegurar en el tiempo los recursos que les gira la Alcaldía de Manizales para su desempeño. Esta es una situación muy compleja que no se puede simplificar. Todo lo contrario, aquí se juntan variables diversas que deben hacer pensar con cabeza fría las decisiones que se sigan.
La prioridad siempre tiene que ser que ningún niño se quede sin ser atendido por el sistema escolar, pero no puede hacerse a costa de mantener estructuras innecesarias para la realidad actual y esto obliga a entender que la decisión de hacer más eficiente la inversión no puede terminar por afectar la ya maltrecha calidad educativa de lo público en la ciudad. Ojo, cerrar una sede educativa debe ser la última decisión, después de analizar no solo las realidades sociodemográficas y económicas, sino también las posibilidades de suplir lo que estos colegios brindan en calidad.
Algunos planteles aquí mencionados son buscados con mucho esfuerzo por los padres de familia para lograr un cupo para sus hijos, porque saben que en esas paredes encuentran un valor agregado que instituciones plenamente públicas difícilmente ofrecen. Les brindan una esperanza de que quienes se gradúan de allí tienen mayores posibilidades de salir de la media que acompaña a otros egresados de colegios sin esta opción. En un entorno ya mediocre en la calidad educativa en la ciudad y el país, igualar por lo más bajo es el peor de los objetivos. Esa experiencia que ha provocado que durante años fueran lugares confiables debe ser recogida con método y disciplina por quienes gobiernan los asuntos educativos en la ciudad y entender qué hacían allí, de manera que se trasladen esos aprendizajes a los demás lugares.
Difícil tarea la que se tiene. Hay que entender que en estos asuntos, la trampa de la nostalgia también existe y tiende a imponerse porque son instituciones de tradición que han cumplido una función, pero también tendrá que revisarse cómo hacer para que los colegios públicos que puedan albergar a la cantidad de estudiantes que no volverán a las aulas cerradas ofrezcan por lo menos las mismas garantías de los que se cierren. Y eso requiere mucho trabajo en equipo, revisión de las lecciones aprendidas e incluso identificar los talentos que lo han hecho posible. Esta es la tarea de una Secretaría de Educación.
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