Como si fuera poca la barbarie que hasta el momento ha desplegado Rusia en contra de Ucrania durante los siete meses y medio que completa la invasión, la última semana el presidente Vladimir Putin se ha encargado de lanzar ataques demenciales en contra de civiles, haciendo uso de misiles, lanzados a no menos de 15 ciudades de todo el país, incluyendo a Kiev, la capital, que llevaba meses sin sufrir los rigores de la guerra.
Lo hecho por Putin y su ejército es una reacción cobarde a la indiscutible victoria del ejército ucraniano en varios frentes de guerra, con la recuperación, inclusive, de varias regiones que Rusia daba por conquistadas. Viéndose perdedor y encerrado en su propio juego bélico, el autócrata ruso decidió vengarse haciéndoles daño a personas desarmadas y sin posibilidad de defenderse, lo que evidencia hasta dónde puede llegar su mentalidad criminal, la misma que ya también amenazó al mundo con el uso de armas nucleares, situación que fue calificada por el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, como la posibilidad del armagedón.
Tras la cadena de derrotas, Putin decidió cambiar la cúpula de su aparato militar, trayendo a la comandancia a Sergei Surovikin, apodado el Carnicero, para asegurar el mayor grado de alevosía en sus ataques y, con una ofensiva que viola todas las disposiciones del Derecho Internacional Humanitario, tratar de recomponer la moral de un ejército avergonzado por las permanentes caídas en el frente de batalla, con un ejército ucraniano motivado y decidido a defender la soberanía de su país.
Toda esta situación es resultado de un pésimo cálculo del Kremlin, que pensó que en una semana lograría cambiar un gobierno y doblegar a un país, pero que se encontró con una actitud de un pueblo que no se deja vencer tan fácil. El golpe estratégico dado por Ucrania al puente de la península de Crimea, parece haber acabado de desajustar la irracional actitud de Putin, quien tras celebrar la falsa anexión a su país de una amplia región del oriente ucraniano, ha visto en la realidad la debilidad de su estrategia.
Occidente debe mantenerse atento a cada acto de los rusos y mantener el apoyo a Ucrania sin involucrarse de manera directa en el conflicto, a fin de evitar que el líder ruso haga nuevas locuras que amplíen el ya grave problema. Como ya lo dijo la excanciller alemana, Angela Merkel, a Putin hay que tomarlo en serio y esperar que sea su propio pueblo el que lo obligue a renunciar a mantener su díscolo comportamiento. No es fácil que eso ocurra, tomando en cuenta la manera demencial con la que ha ido escalando su belicismo.
No queda más que esperar que Ucrania, sus militares y su pueblo, puedan seguir logrando triunfos, hasta obligar a los rusos a irse, por fin, de los lugares a los que nunca debió llegar de la manera en que lo hizo. Es impensable, pero necesario, que Putin recapacite y acepte que nunca podrá lograr sus objetivos con Ucrania, y que lo mejor para él, su pueblo y el mundo entero, es que dé marcha atrás. Siendo poco optimistas, no hay que perder la esperanza.
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