El título de este editorial hace referencia a una cartilla que circuló, después de la erupción del volcán Nevado del Ruiz en noviembre de 1985, para hacer divulgación de la importancia de conocer el riesgo que representa vivir en la zona de influencia de esta montaña maravillosa. Fue un trabajo del Sena de esa época con la Cruz Roja y otras entidades, pensando en la necesidad de saber cómo actuar ante la posible erupción que se pueda presentar, un alea siempre presente cuando los volcanes están activos.
Traemos a colación ese viejo recuerdo, porque la convivencia con el riesgo que nos ofrece la naturaleza debe siempre manejarse con los pies en la tierra; a sabiendas de que efectivamente se habita en una zona de riesgo, pero también con el matiz de que esta es una realidad que está allí, pero no puede paralizarnos. Es decir, hay que moverse entre la alarma y la tranquilidad, algo que con el tiempo los habitantes más próximos a la zona de influencia de los volcanes hemos ido aprendiendo. Sin confiarse, pero sin generar ansiedades innecesarias.
Las continuas emisiones de ceniza, la formación hace tres años de un domo de lava que crece desde el 2015 y los enjambres de sismos que se presentan cada tanto, lo que nos recuerdan es la condición de vecindad que vivimos con este y otros volcanes en la zona para que revisemos con cierta periodicidad los protocolos de seguridad, asunto que compete tanto a autoridades como a todos los ciudadanos. No obstante, declaraciones como la de John Makario Londoño, director de Geoamenazas del Servicio Geológico Colombiano, la semana pasada a un medio de comunicación de Ibagué, en las que dio a entender que era de esperarse una erupción del Ruiz, dejó en el aire la sensación de que esto es inminente.
Al parecer, se refería a que se trata de los volcanes más activos del mundo, tanto que ya ha tenido pequeñas erupciones como las ocurridas hace 10 años, pero hay que tener en este tipo de asuntos mucha cautela en el uso de las palabras precisas. Por eso, como hemos insistido desde hace años, el Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Manizales, que tiene unos profesionales comprometidos y rigurosos, debería contar también con una persona permanente especializada en la comunicación de los fenómenos que allí se estudian y que sea el enlace con los medios de comunicación, vitales para la cobertura de emergencias, pero ante todo para difundir sobre la prevención. Del éxito de esta, depende muchas veces el menor número de víctimas potenciales en una tragedia.
Se aproximan fatalmente a los 45 mil los muertos en Turquía y Siria ante el gran terremoto de hace dos semanas, las réplicas que no cesan y la destrucción que se cuenta en miles de millones de dólares. Empiezan ya a hacerse los juicios sobre la falta de rigor en los protocolos de construcción, así como en la preparación ante las emergencias. Esos son los ejemplos que tenemos que mirar, porque al saber que estamos al pie de los volcanes, que nuestro suelo se encuentra en el área de Cinturón de Fuego del Pacífico o que las lluvias torrenciales deslavan las montañas, lo mínimo es entender lo que pasa a nuestro alrededor y prepararnos siempre para cuando se presenten. La mitigación del riesgo debe ser la prioridad.
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