Caldas puede ser un buen laboratorio de cómo viabilizar socialmente los proyectos hidroeléctricos y con ello aportarle al país en la solución de un problema que resulta estructural.
El proyecto Hidroeléctrico Miel II es un bien público, un activo de Caldas. Su desarrollo ha sido largo y complejo como suele suceder en este tipo de iniciativas, pues los proyectos hidroeléctricos son de maduración lenta. Recordemos, a manera de ejemplo, que los estudios del potencial hidroeléctrico del río Cauca se iniciaron en la década del 60, y de los proyectos identificados, Hidroituango, propiedad de EPM y de la Gobernación de Antioquia, inició su construcción en 2010, y a Cañafisto, propiedad de Isagen, le fue negada la licencia ambiental en enero de 2017.
Miel II no ha alcanzado la etapa de construcción básicamente por las dificultades para conseguir un socio estratégico e inversionista, pues el departamento e Inficaldas no disponen de la capacidad técnica y financiera para asumir dicha etapa. Un aspecto que genera polémica se refiere a la pertinencia de que Inficaldas y la Gobernación inviertan en el segmento de generación de energía. Muchos, con sobradas razones, prefieren ver los recursos públicos invertidos en otro tipo de proyectos, pues la generación de energía es un buen negocio que tiene asociado un alto riesgo, que en el caso de Miel II, estamos muy cerca de que se materialice.
En este contexto, no solamente para salvar los recursos invertidos, sino para impulsar el desarrollo en el Oriente de Caldas, a todos como región nos sentaría muy bien que Inficaldas logre revertir la difícil situación actual de Miel II, procurando la derogatoria de la resolución de la ANLA mediante la cual le fue revocada la licencia ambiental, y hacer todo lo posible por favorecer la construcción de este proyecto. Lo primero tiene un gran reto, consistente en abrir un espacio de diálogo, plural, incluyente, representativo y contundente acerca de la factibilidad de la iniciativa, pues es claro que a lo largo del tiempo sus dueños han sido eficientes en la construcción de un bloque de oposición que, en lugar de ocuparse de vencer, debe procurar convencer sobre las bondades y beneficios del proyecto y de la potencia de las medidas de manejo ambiental de sus impactos.
Si acaso se logra lo anterior -y sería muy positivo para el departamento, pues no parece muy sensato que un potencial de desarrollo se arruine como consecuencia de nuestra incapacidad para conversar con altura y construir acuerdos-, la construcción de Miel II depende de un gerenciamiento potente, eficiente y transparente. Al primero que hay que concretar es al Gobierno nacional, pues la hidroelectricidad en Colombia, siendo un gran potencial, ha sido abandonada a su suerte desde hace casi una década para enfocarnos en otras fuentes renovables como la solar. Y el debate no debería ser acerca de cuál tecnología es mejor, sino de cuál es la mejor combinación de todas las tecnologías y cuál es la mejor manera de hacer hidroelectricidad, con el menor impacto ambiental negativo y la mayor palanca de desarrollo local y regional posible.
Caldas puede ser un buen laboratorio de cómo viabilizar socialmente los proyectos hidroeléctricos y con ello aportarle al país a la solución de un problema que resulta estructural. Lo que definitivamente deberíamos evitar todos es tomar posición sobre el proyecto a partir de cálculos políticos, lo cual parece una constante en el país y en la región.