Cecilia López, la primera ministra de Agricultura y Desarrollo Rural del Gobierno Petro, que renunció al gabinete presidencial en abril del año pasado, no dudó en responder a un medio nacional: “estamos en uno de los momentos más difíciles de la historia de Colombia”. Su trayectoria y experiencia en la política le dan elementos de sobra para señalar que le preocupa la creciente polarización, mucho más la que emana del presidente, porque arriesga a desatar mayor violencia en el país.
Han sido dos semanas en las que Colombia ha visto y leído a un presidente reactivo, explosivo en sus redes sociales, haciendo anuncios a diestra y siniestra que nunca refirió en campaña ni recién posesionado; dividiendo al país entre los que lo siguen, como los buenos, y los que lo critican o no están de acuerdo con él, como los malos, entre otros duros calificativos. Ninguna de esas actitudes le ayudan a la promulgada unidad ni a levantar su deteriorada imagen, pero sobre todo están desestabilizando el Gobierno como entidad. Hasta entre su propia gente hay descontento, porque es un presidente que poco dialoga y, como siempre se ha dicho, escasamente escucha.
Sigue corriendo el tiempo de su presidencia y lo peor es que no ejecuta, ni deja ejecutar. Este ha sido un Gobierno al que le ha costado muchísimo trabajo pasar de la retórica a la práctica, y es disculpa que lo atribuya a la suerte negativa que han tenido buena parte de sus reformas. Desde que llegó al cargo el 7 de agosto del 2022 pudo dedicar equipos de trabajo a cumplir al menos con los mínimos exigidos a todo gobernante, sobre todo en materia de infraestructura, y otro más especializado a sacar sus propuestas de cambio. Si así lo hubiese hecho, ahora que está a punto de cumplir 20 meses en el cargo estaría dando un balance de ejecuciones y la ciudadanía estaría tranquila.
Confiamos en que esta Semana Santa que concluye hoy le haya permitido al presidente Petro aprovechar para tranquilizarse, calmar su personalidad explosiva y visceral. Lo volvemos a decir: si al presidente y a su Gobierno le va bien, al país también. Además, debe dejar de pensar y de actuar como candidato, eso también lo ha distraído y desviado demasiado de su ejercicio como presidente. Tampoco es tratando de desestabilizar las instituciones como va a conseguir fortalecer un proyecto político, si es cierto que no está buscando su reelección para el 2026.
Debe ser además muy cauteloso en tratar de darle vida a sus reformas vía decretos, ni amenazar con ello. Si el Congreso no se las aprueba, las hunde o las archiva, pues como a todo presidente le ha correspondido en Colombia, deberá acudir a reformularlas o a establecer cambios para llegar a consensos. Esa es la verdadera democracia, así funciona. El presidente no puede pretender que todos pensemos y actuemos como él. La oposición es sana si se le reconoce, se le respeta y se le da participación. El país no puede permitir llegar a extremos polarizantes de otros vecinos latinoamericanos que hoy sufren las graves consecuencias de lo que empezó tal cual está viviendo Colombia.
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