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“El civismo viene a ser aquella ética mínima que debería suscribir cualquier ciudadano liberal y demócrata”. Así lo definen Victoria Camps y Salvador Giner en su Manual de Civismo, un libro de profundas enseñanzas éticas ciudadanas. Y hablamos de este asunto porque nos ha llamado la atención una vez más, las formas en las que ciudadanos han agredido a policías que intentan poner orden, como es su deber. La Policía cumple un papel regulador en la sociedad cuando las personas no son capaces de autorregularse. Y no se trata de un papel autoritario o que haya surgido de imposición, no, es parte del acuerdo social para mantener el espíritu democrático. Es un poder entregado por la sociedad y por tanto debe respetarse.
Es evidente que la institución policial ha tenido mucho que ver en el cambio de percepción de los ciudadanos hacia ella, por cuenta de los abusos de algunos uniformados. La exigencia ética de no abusar del poder debería ser la prioridad en la enseñanza en las escuelas de formación para quienes se incorporan a este cuerpo civil armado. También debería reconocerse con mayor convicción a quienes entienden su labor como un servicio a la comunidad y lideran procesos para impactar positivamente en la sociedad.
Los uniformados se ven expuestos a un riesgo permanente. Tan solo el fin de semana se presentaron casos de agresión a policías en Chinchiná, Manizales, Marmato, San José y el corregimiento de Arauca, que dejó varios lesionados. De hecho en el suceso más infortunado presentado en la localidad a orillas del río Cauca, los agresores dejaron con lesiones graves a por lo menos un agente y se hurtaron un proveedor para una pistola. Muy grave lo allí ocurrido, que se suma a situaciones de inseguridad de las que también hemos dado cuenta en este periódico.
La autoridad debe ser respetada para mantener el orden y cuando los agentes acuden al llamado ciudadano para cumplir con su deber es solo parte del rol que les corresponde en el acuerdo social que hemos logrado. Atacar a quienes cumplen su papel es no entender el ejercicio de la democracia y pone en entredicho la capacidad que tenemos de respetar los acuerdos mínimos a los que nos hemos comprometido para poder avanzar socialmente y en democracia.


Al final, todo se trata de respeto, un valor clave para la concordia. Para vivir de manera pacífica se requiere pactar unas condiciones que implican renunciar a la idea de una sociedad anárquica por el bien común. Esto se ha planteado así desde la Ilustración e incluso en nuestro tiempo, y parece absurdo que tengamos que recordarlo, pero cada que un grupo de personas decide no acatar las normas y emprenderla con quien es el legítimo llamado a que se cumplan, desconocemos tal propósito. Y cuando lo hacemos, damos un paso atrás en la civilidad. Creemos, como Mauricio García Villegas en su libro El orden de la libertad, que “la gente suele sobreestimar los defectos de la Policía al tiempo que subestima sus beneficios”. Precisamente cuando se trastoca de esta manera la percepción sobre el cuerpo policial suceden cosas tan graves como los ataques a la Policía. Eso no puede tolerarse más.