Mientras lo vitoreaban sus seguidores en las afueras de la Casa de Nariño, el presidente, Gustavo Petro, desde el balcón lanzaba pullas a todo aquel que no esté de acuerdo con sus propuestas. En una preocupante especie de sentencia dejó claro que si el Congreso de la República no le aprueba sus reformas el pueblo se movilizará e irá a una revolución. Para ello siguió motivando a mantener vivas las fuerzas que en el 2021 procuraron el estallido social, que tanto daño le hicieron al país, pero reconoció que fue lo que lo llevó a ocupar la dignidad de presidente que ostenta.
Esperamos que esto sea una ligereza del presidente, quien contrario a salir a atacar y de inducir a revoluciones debe estar es concitando a fortalecer la institucionalidad y la unión de un país en el que la polarización política y social se incrustó y se aferra a no desaparecer. Seguir divididos en lo que para cada orilla es lo único bueno y todo lo opuesto es malo no permitirá avanzar. El inmisericorde tiempo sigue corriendo y el primer año de mandato se viene encima sin tener claridades ni hechos consolidados para empezar a hacer realidad su promesa del Gobierno del cambio.
Toda transformación es un proceso que demanda tiempo, por ello es demasiado riesgoso pensar en mantener una nación equilibrada pretendiendo cambiarlo todo de tajo, en pocos días y a toda costa. Casos, y muy cercanos en nuestros territorios, son los que hemos tenido de burgomaestres que queriendo hacer modificaciones a la ligera han fracasado y de paso han afectado a la sociedad civil. El presidente, sus asesores y el nuevo gabinete deben desprenderse del afán de sacar las reformas a como dé lugar. No son pasos hacia la paz total advertir y amenazar que quienes se oponen la empezarán a pasar muy mal y que ahí está la primera línea para actuar, como expresó la vicepresidenta, Francia Márquez.
Nadie desconoce que 11 millones de colombianos votaron por tener a Petro en la Presidencia y triunfaron en democracia, lo que hay que respetar y acatar. Pero el mandatario no puede ponerse una venda en los ojos y olvidarse de que somos 51 millones 600 mil colombianos, debe gobernar para todos, incluso para sus opositores y a ellos también debe escucharlos porque algo bueno tienen para decirle e insinuarle. Lo contrario sería caer en un régimen absolutista, que tanto han negado. Claro que son muchas las cosas por mejorar y cambiar en Colombia, pero tampoco todo es malo y los gobiernos de derecha han dejado buenos legados, de lo contrario el país estaría en ruinas y eso no está ocurriendo. Decirlo sería una falsedad.
En el balconazo del lunes, desde la Casa de Nariño, Petro fue claro en afirmar que pase lo que pase se necesita que el pueblo esté movilizado y no puede dormirse. A ello convocó a los jóvenes y a la clase obrera; también debería estar llamando a los industriales, a los empresarios. No progresaremos si seguimos pensando que estos últimos son sectores de privilegiados por tener el capital en sus manos, en todo país existen y deben permanecer. El presidente tiene que tender puentes para acercar a la Colombia que no ha podido superar las diferencias, y no es precisamente con revoluciones como lo va a lograr.
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