Que Colombia cargue con ser un país violento no nos puede llevar a normalizar ninguna de sus manifestaciones, menos las que se pueden estar ejerciendo soterradamente en aulas de clase o en entornos laborales. Quizás muchos se acostumbraron a estudiar y a trabajar bajo estas circunstancias, por tener superiores que acuden a los atropellos y a las malas maneras en su forma de relacionarse, pero logran sobreponerse siendo más fuertes que el maltrato y las presiones. Sin embargo, no todos los seres humanos asumen estos impactos de la misma manera. Es el caso de la médica manizaleña Catalina Gutiérrez Zuluaga, que se quitó la vida, al parecer, por no poder soportar maltratos y humillaciones en su primer año de posgrado como residente de Cirugía General en la Universidad Javeriana.
Ocurrió en esta institución, pero pudo haber sucedido en cualquier otra del país o en alguna empresa. A raíz del dolor por la muerte de una colega, varios en el gremio médico encendieron las alarmas, se sintieron reflejados en su historia porque también les tocó vivir este tipo de presiones que al parecer se volvieron habituales en la formación universitaria de la Medicina y en los sitios de trabajo. Esta muerte debería llevar a hacer una reflexión individual sobre la forma como se trata a las demás personas; sobre los excesos en que incurrimos los seres humanos, la mayoría de veces sin mala intención, y lo peor, sin darnos cuenta de cómo y cuánto estamos afectando a los demás.
Los tiempos han cambiado, y quizás generaciones anteriores soportaron con estoicismo este tipo de embates, por proceder de contextos en los que la autoridad y el poder se manejaban bajo otras estructuras a las que se acostumbraron; pero las nuevas generaciones son distintas y el trato tiene que ser otro, quizás más cercano a lo emocional, más cargado de afecto, más comprensivo y propositivo. Corregir y orientar no puede ser sinónimo de castigo, habrá que hacerlo muchas veces con rigidez, pero nunca con violencia, y mucho menos abusando de los demás como dicen los médicos que les toca cuando les programan turnos de trabajo de 20 horas o más en una misma semana. Así nadie puede ser eficiente ni conservará su salud mental.
La Javeriana reconoce la situación con madurez institucional. Lo más importante es identificar las prácticas académicas que deforman y erradicarlas. Y eso lo deberían hacer todas las universidades y las empresas del país. Claro que hay que exigir el cumplimiento de metas, tampoco hay que caer en tratamientos extremadamente laxos que no llevan al aprendizaje ni al logro de objetivos laborales.
De muchas sutiles maneras esto puede ser la realidad que está afectando a otras profesiones y oficios. Las directivas de instituciones de todos los niveles educativos en el país, el Ministerio de Educación que deberá rendir cuentas en el Congreso sobre la regulación y control a los programas, las empresas y la forma como se relaciona con sus empleados; en fin, para todos como ciudadanos esta tiene que ser una alerta porque con un solo gesto o palabra se puede llegar a ser violento.