Hace un año se concretó la temida invasión de Rusia a Ucrania. El presidente Vladimir Putin puede llamar con todos los eufemismos que quiera esta incursión, pero no hay manera de darle la razón. El hecho es contundente: tropas rusas combaten dentro de la línea limítrofe de Ucrania, y no sucede al revés. Parece increíble que el siglo XXI hubiera gestado a un líder de estas características con intenciones de revivir la Guerra Fría, escenario en el que se formó como agente y director de la KGB, el servicio secreto del Kremlin, en tiempos de la Unión Soviética.
Desde que se montó en el poder, Putin empezó con maniobras políticas a apoderarse de todas las esferas del Estado, pero ya no hay lugar para las apariencias. Ahora ejerce su mandato absoluto sin miramientos y reta al mundo. Nadie sabe a ciencia cierta cuántos son los muertos que ha dejado esta guerra por control territorial. Se calcula que son unas 300 mil personas, al menos el 10 por ciento de ellas serían civiles ucranianos.
La ubicación estratégica de Ucrania, sus circunstancias de gran productor de energías fósiles, de cereales y contar con un puerto clave para conectar el este de Europa con el mundo abrieron las apetencias de Putin, que no acepta que la URSS sea cosa del pasado y que los pueblos que antes se controlaban desde Moscú aprendieran a defender su autonomía. El gobernante presumía que iba a hacerse con el control territorial tan pronto como sucedió en Crimea hace nueve años, pero el valor civil demostrado por los ucranianos y el liderazgo de un hombre que no era de los cuarteles, Volodimir Zelenski, ha logrado sumar apoyos en occidente que han dado sus frutos.
La visita esta semana de Biden a Kiev y luego a Varsovia les demostró a esos países que tienen el respaldo de Estados Unidos. Putin ripostó con amenazas verbales y congelando el acuerdo de no más armamentismo nuclear, lo que pone al mundo en vilo. A esto se agregan los ingredientes de una China que se acerca a Moscú y de una Corea del Norte que muestra sus dientes una vez más con misiles balísticos en cercanías de Japón.
Hace 90 años, Hitler llegó al poder en Alemania por una coalición. La historia demostró que su discurso de nacionalismo puro era mucho más que solo palabras que apelaban a la grandeza del pasado del imperio alemán. Similar es el discurso de Vladimir Putin y por eso Occidente no se ha querido tomar a la ligera su decisión de invadir Ucrania y menos su crueldad, como no lo aceptó Churchill en su momento.
Las sanciones internacionales no han obrado contra ese Gobierno y el temor a que escale el conflicto es una posibilidad. No se ve una salida factible, pues Rusia se niega a ceder su pretensión de apropiarse de parte del territorio ucraniano. Cada día de guerra son vidas perdidas y rencores añadidos, y esa fala de salidas dirá con el paso de los tiempos que la pregonada civilización de la que nos preciamos de haber alcanzado no fue tal en este momento de la historia.
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