Foto | Sandra Bejarano A. | LA PATRIA | PEREIRA
Indran poeta invitado a Luna de Locos festival de poesía en Pereira
Una de las voces internacionales que está en el Festival Internacional de Poesía de Pereira, Luna de Locos, es Indran Amirthanayagam, poeta originario de Ceylan, ahora llamado Sri Lanka, compartió una conversación íntima sobre su obra y su visión del mundo.
Con una vida marcada por la guerra civil, el exilio y una constante travesía entre idiomas, Amirthanayagam ha forjado un legado poético que va más allá de las fronteras físicas y lingüísticas.
"Siempre digo que pertenezco a un país que ya no existe", comenta con serenidad. "Soy parte de una minoría tamil que perdió su guerra de independencia, lo que yo llamo una uncivil war (no-guerra civil). Esas experiencias me han formado como poeta".
Amirthanayagam ha publicado poesía en inglés, creolé, francés, portugués y español, explorando constantemente nuevas lenguas como una forma de "romper las barreras" que lo separan del mundo. Su obra abarca temas tan variados como la ecología, el amor y la guerra, destacándose por su capacidad de tejer las tragedias personales y colectivas.
“Escribí un libro sobre el tsunami de 2004 que devastó Sri Lanka y otras regiones, y también un poema sobre el conflicto armado en mi país. Siento que todos los seres humanos, de alguna manera, somos hijos de la guerra", reflexiona.
Poesía como resistencia política y ecológica
Indran camina lento, observando las edificaciones y a todo el que pasa por su lado. Le gusta la música y menciona el disco que compuso para un músico haitiano, pero quiere hablar del mundo, de los problemas actuales, de la política. Sin embargo, sonríe antes de empezar.
"Cada movimiento necesita su poesía", afirma. Desde su participación en campañas contra el expresidente Donald Trump hasta sus esfuerzos por visibilizar las luchas ambientales en América Latina, el poeta ve su escritura como una herramienta de resistencia. "Organizamos lecturas para recaudar fondos durante la campaña de Biden en 2020. No es solo un acto poético, es un acto político".
“Todos los árboles, para mí, son una iglesia. Quiero decir que cada árbol es sagrado, y como tal, hay que venerarlos y celebrarlos, no cortarlos”, señala. “Los grandes árboles son como catedrales en sí mismos, con su majestuosidad y su historia arraigada en la tierra”. Por eso se asombró cuando vio que la catedral de Pereira tiene árboles en su estructura, algo inusual.
La musicalidad en sus versos es algo que está buscando constantemente. El oído es muy importante para él. Antes de empezar a grabar la charla, pide que le bajen el volúmen a la música. "El verso es una melodía que debe fluir", comenta.
"Me interesa el vínculo entre la poesía y la música, incluso con la danza", agrega, compartiendo las nociones de Ezra Pound cuando dijo que la buena poesía era música y que la buena música invitaba al baile.
La culpa y la belleza
Indran pertenece a un grupo minoritario de una isla que ya no existe. Viajó desde muy niño de Ceylan a Londrés, luego a Honolulu y al final se radicó en Estados Unidos. Es tamul y es cristiano. Se siente como una especie de torre de Babel viviente. A pesar de todo lo perdido en su camino, piensa en todo lo que ha ganado y en las enseñanzas de sus padres.
"Mi madre fue una mujer muy fuerte. Crió a un hermano autista y afrontó muchos desafíos en la vida. A pesar de todo, mantuvo una fe inquebrantable". Pensar en su madre también lo cuestiona. Principalmente, por el papel de la culpa en su vida.
"La culpa es una herramienta de control muy poderosa. Crecí con ella, pero he intentado no usarla con mis hijos", confiesa.
Es difícil prever las respuestas de Indran, su español vacila pero siempre cae en el sitio justo y así parece que van sus pensamientos, revoloteando del inglés al francés para salir en español.
Su poesía, la que construye cada día, lo ayuda a lidiar con las contradicciones que lo construyen: como la búsqueda de la belleza. "La belleza puede ser peligrosa. A veces nos lleva a la muerte, como la fascinación que sintieron quienes entraron al mar para tomar fotos del tsunami y no sabían que venía otra ola. La naturaleza es hermosa, pero también puede ser mortal".
Las lenguas en las que ha amado
Indran es cuidadoso con lo que dice. Sonríe cuando finaliza de hablar y se mira las manos. Parece que así ha sobrevivido en diferentes países, parece que así, con dulzura, ha podido amar en cada lugar en donde ha estado.
“No necesito un pasaporte para moverme entre idiomas. En algún momento, reemplacé ese país perdido con al menos cinco nuevos países idiomáticos. Francés, español, portugués, inglés, creole. Pero todo esto, en cierto modo, ha sido parte de una guerra personal, una lucha interna por restaurar mi conocimiento perdido, mi lengua nativa. Esa lengua que dejé de hablar cuando llegué a Londres, tenía ocho años. Fue un trauma ese desplazamiento”, recuerda.
Su voz no se rompe en ningún momento, pero ante la ausencia de la lengua que ya no habita, se percibe una grieta de donde sale la luz. Recuerda que una vez sin querer le respondió a una maestra en tamil. “Me sentí tan avergonzado que prometí no hacerlo de nuevo”.
Fue una forma de autocensura, sí, pero también de disciplina. “Muchos poetas dicen que su patria es su lengua natal, pero para mí, esa patria es el país que ya no existe, el idioma que perdí. Y aunque eso podría paralizarme, no lo hace”.
Ese movimiento entre lenguas y naciones le permite encontrar amores y distintas formas de amar. Del querer, adorar y amar del español, pasando por el to love del inglés y llegando al je t'aime del francés. “Confieso que he amado y que me han amado. Y aunque en este momento no tengo pareja, tengo dos hijos biológicos a quienes amo sin reservas”.
La manera en la que vive Indran lo convierte en un poeta de lo cotidiano. Eso lo mantiene en contacto con la vida y con los olvidados, con los que sufren. “Escribir es una manera de recordar. Los muertos de la guerra civil, los palestinos, los judíos que nunca olvidarán el Holocausto... es importante recordarlos con ceremonias, con poemas”.
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