Fotos | Freddy Arango | LA PATRIA
Puerto Buñuelo es un paraje en el camino de Pensilvania a los corregimientos de Arboleda o de Pueblo Nuevo, en el oriente de Caldas, en el límite con Antioquia. Además de su gastronomía conserva el recuerdo de su escuela y del paso del conflicto armado.
La escuela murió antes de que llegara el conflicto armado. La cerraron porque se fue quedando sin niños. Se fue apagando como una vela. Tal vez fue mejor así, pues de lo contrario a sus estudiantes y docentes les habría tocado ver de frente el horror que venía por la carretera que comunica en buses escalera a los habitantes de Pensilvania con los de los corregimientos de Pueblo Nuevo y Arboleda, y viceversa.
"Bienvenidos a Puerto Buñuelo: empanadas, chorizos, buñuelos, chocolate, aguapanela con queso", ofertan en una pancarta desde el corredor. Al fondo los restos de la escuelita y en primer plano don Jairo Correa, propietario del negocio y memoria oral de lo que pasó por allí.
Correa es parte de la única familia que soportó en el lugar en épocas difíciles por la guerra, y que también resiste hoy con su negocio en tiempo de dificultades económicas. Las chivas y otros vehículos tienen paradas obligadas allí, de ida y de regreso.
Las nubes juegan con las montañas, a cubrirlas y a descubrirlas. Jairo sirve el chocolate y los comensales toman los productos. También abre su memoria y su corazón para recordar que por la sede educativa del lugar pasaron decenas de niños, y luego centenares de combatientes, amigos y enemigos.
Clases
La escuela está en ruinas, techos caídos, paredes derruidas, sin pisos, sin rastro del tablero, aunque tiene un pasado feliz y aquí está Jairo para contarlo. Sale de la casa y se detiene al dar los primeros pasos. “Yo nací en 1973 y estudié en la escuela por allá en los 80. Éramos muchos niños, llegamos a ser casi 30. Por acá vivía mucha gente”.
Señala un establo, donde su hijo ordeña una vaca, mientras un ternero sigue a su madre, también por leche. “Yo era el menor de ocho hermanos y fui el único que estudié ahí. Mi papá prestó ese lote para la escuela en los años 70”.
Se recuesta en lo que era la ventana, a cuyo lado se alcanza a medio leer lo que ya podría tener categoría de jeroglífico: “ESCUELA NUEVA PUERTO... (se completaba con LÓPEZ). “Las paredes eran de material y el piso y el techo de madera. La escuela estaba a un lado de mi casa, por eso nunca llegaba tarde”, sonríe.
Los años maravillosos de Puerto Buñuelo están ligados a cuando su nombre oficial era Puerto López, inspirado en la familia de don Jesús López. El ganado pastaba apaciblemente en los potreros. En el paisaje, vestido de todos los verdes, surgían las casas de los Osorio, los Ospina, los Cortés, los Mejía.
Don Jairo señala: “En este lado quedaba el tablero, había dos baños, el recreo era en los potreros y en la carretera, ese era el patio”. Una ráfaga de viento helado roza la cuchilla de Puerto Buñuelo. El campesino suspira y recuerda a algunas profesoras, Aydé García, Alba Cardona y Omaira Betancur.
Cambios
Omaira, pensionada del magisterio, vive en la cabecera de Pensilvania, a 22 kilómetros de Puerto Buñuelo y a unos segundos de la emoción y la nostalgia, tras rememorar sus cuatro años en la escuela, de 1980 a 1984. "Cuando trabajé allí teníamos un promedio de 10 alumnos, máximo 12. La mantenía muy bonita, con jardín y decoración. Era una comunidad de escasos recursos, pero qué gente tan buena, siempre respondía a lo que se necesitara".
Omaira llegó al centro educativo luego de pasar por el de la vereda Guayaquil, en la misma zona. Puerto Buñuelo y el oriente de Caldas vivían tiempos de paz.
Después las cosas cambiaron. Que vienen los guerrillos, que vienen los paras, que viene el Ejército, que viene la contraguerrilla, que llegan los del desminado... rumores que se convirtieron en realidad, unos en pesadilla y otros en señales de mejores tiempos.
A Omaira la trasladaron al corregimiento de San Daniel. "Allí nos tocó ver el horror. Había paras y guerrilla, estaban todos. Tiraban al lado de la escuela personas asesinadas, pasaban a caballo con los muertos. En las chivas nos tocaba, a veces, viajar con gente de esos grupos".
A finales de los 80, los 90 y comienzos de los 2000 fue Puerto Buñuelo testigo de desplazamiento, extorsiones, secuestros y amenazas. El Frente 47 de las Farc, replegado por acciones de la Fuerza Pública en Antioquia, entraba a Caldas con alias Karina y sus secuaces como ́Pedro por su casa ́.
Estrategias
La escuela, ya sin alumnos, la utilizaba la guerrilla. También, en algunos momentos, el Ejército, y más adelante, las autodefensas. "Era como un punto estratégico, allí los actores armados planeaban acciones y utilizaban viejos caminos por Santa Teresa, Altomira, inclusive por un paraje de la selva de Florencia para llegar a Arboleda y Pueblo Nuevo. También por Aguabonita se bajaban a San Daniel", explica un exinspector de Policía.
Todas las familias se fueron. "Solo quedamos nosotros", recuerda don Jairo. La guerra se metió en sus predios. "Ya dormíamos sin atrancar las puertas, pues llegaban a cualquier hora de la noche, sobre todo la guerrilla". La violencia los sacudió: "Aquí traían los cuerpos de los asesinados en Santa Teresa" .
En los 2000 el Gobierno nacional desató una lucha contra las guerrillas. Un campesino, de más abajo de Puerto Buñuelo, describe un día de combates: “Estábamos en la finca y empezaron a llover disparos. Conté como 20 helicópteros con sus metrallas. Luego el avión fantasma derramó sus bombas. Eso fue dentro de la selva de Florencia, y nosotros asustados, eso no había pasado por aquí”.
El habitante más reciente que ocupó la escuela fue el Batallón de Ingenieros de Desminado Humanitario N.o 3, del Ejército. “La carpa les quedó precisa en la escuela. Ellos vinieron a hacernos un gran favor, pues por aquí había muchas minas antipersona”, agradece don Jairo.
La misión: Declarar a Caldas libre de sospecha de minas antipersonal. El señor gira a la derecha, luego a la izquierda y vuelve al centro, para localizar tres potreros: “De esos sacaron más de 100 minas, creo yo. En aquel una le voló la pata a una res, y en aquel hirió a un soldado”.
La unidad militar de desminado comenzó labores en Pensilvania el 29 de septiembre del 2017. En un reporte del viernes pasado indicó que en este territorio ya despejó 143 mil 983 metros cuadrados y entregó 23 áreas peligrosas e interviene 5 más. En la actualidad interviene en las veredas La Samaria, Buenos Aires, Quebrada Negra, río Dulce y Santa Teresa, algunas cercanas de Puerto Buñuelo.
El coronel Andrés Guzmán Fonseca, comandante de ese Batallón, dijo que Puerto Buñuelo era catalogada como zona peligrosa por estos artefactos, lo cual requirió de un trabajo dispendioso y cuidadoso. Por ejemplo, en un amplio espacio de 7 mil 87 metros cuadrados hallaron cuatro minas. "Allí empezamos labores el 19 de junio del 2018 y terminamos el 21 de mayo del 2019, hasta dejarla libre de sospecha de minas antipersonal".
Sosiego
El regreso de la paz comenzó en el 2008. La guerra se fue. Los protagonistas del éxodo forzado tomaron el camino de vuelta a sus tierras. Sin embargo, la diáspora continúa para muchos, sus vidas van por otros lugares. Las casas en Puerto Buñuelo, salvo la de los Cardona, se las lleva el viento a la orilla del camino.
“Siento mucha nostalgia cuando pasó por allí y ya no veo las familias de los niños que fueron mis alumnos”, evoca la maestra. “Pensar que Puerto López, Guacas y Santa Teresa vivían llenas de estudiantes, comerciantes, arrieros, mulas, ganado. Tenían vida, y ahora tan solas, eso da mucho pesar”, añade el exinspector.
En redes sociales agradecen. Aída expresa: “En ese frío intenso es muy reconfortante poder tomar un chocolatico tabliado, para continuar el camino cargado de calorías”. Ella concluye con un sentimiento generalizado en los mensajes: “Gracias a la familia que ha mantenido la tradición”.
Don Jairo y su familia siguen felices con sus vacas, sus buñuelos, pandequesos, chocolate y queso. Puerto Buñuelo, bañado de soledad, neblina y del recuerdo de su escuela, les brinda un caluroso saludo a quienes van y vienen por esta tierra que testimonia hechos y resistencias de pequeñas comunidades de la Caldas profunda. “Siempre a la orden”, remata don Jairo Cardona.