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América Latina y el Caribe superpuestos sobre la bandera de la Unión Europea.
LA PATRIA | MANIZALES
El 1 de julio Suecia entregó a España la antorcha de la Presidencia del Consejo de la Unión Europea (UE), una función que cambia de manos cada seis meses. El puesto pasó entonces del norte al sur de Europa, pero con miradas hacia el occidente del Atlántico, o más bien al suroccidente: un viento de renovación sopla ahora en las velas de la UE, con Madrid al timón, hacia América Latina, una región 1,5 veces más poblada y 5 veces más extensa a la que quiere otorgar un lugar consecuentemente prominente en su política exterior de aquí en adelante.
Esta voluntad es recíproca y lleva años de preparación, con un ritmo acelerado últimamente. Sin embargo, tales acercamientos en la esfera geopolítica no se dan habitualmente por mera bondad de corazón, sino sobre todo por estrategia, lo que hace pertinente analizar las motivaciones y expectativas de ambos campos.
La UE aprende de sus errores
Para la Unión Europea, el viraje hacia Latinoamérica representa un importante ejercicio de distanciamiento de una cierta forma de realpolitik (según la Real Academia Española –RAE–: "Política basada en criterios pragmáticos, al margen de ideologías") disyuntiva en el sentido de que dependía mucho, por conveniencia, de países como Rusia y China para su suministro de energía y bienes manufacturados. Esta dependencia estaba constituida pese a que sus administraciones tengan visiones de gobernanza doméstica y de política extranjera situadas en la antípoda de los valores de democracia, derechos humanos e imperio de la Ley de los que la UE se proclama el adalid.
Con la invasión rusa a Ucrania, la UE se encontró frente al rompecabezas de deber reconfigurar plenamente su red de abastecimiento en hidrocarburos para cerrar la llave de los gasoductos y oleoductos con origen en su gigante vecino, aunque eran importantes para el continente (representaban en el 2021 casi la mitad de sus importaciones de gas natural y un tercio de las de petróleo), en concordancia con las sanciones impuestas a la industrias rusas.
Ello abrió aun más los ojos de Bruselas (sede administrativa de la Unión) sobre los riesgos que corre por su alta dependencia comercial de la República Popular de China. En efecto, la nación asiática era el año pasado el tercer destino más importante de las exportaciones de bienes de la UE (9%) y su primera fuente de importaciones (20,8%), un déficit comercial que ha ido creciendo en los últimos años.
Dadas las constantes fricciones con Pekín por asuntos de derechos humanos y su abierta intención de anexar la isla de Taiwán (que funciona de facto como un país independiente cercano a Occidente, pero que China considera una provincia suya renegada), es razonable que la UE inicie un proceso de reducción de sus aportes a la economía china, que lleva décadas inyectando estas ganancias en su máquina estatal y militar, al igual que Rusia.
Asimismo, al tender la mano a América Latina, la Unión Europa espera obstaculizar la creciente influencia de Pekín que se ha convertido en el segundo socio comercial de la región (detrás de Estados Unidos) y el primero de Sudamérica. El valor estratégico del subcontinente, tanto por su tamaño como por su posición interoceánica y su riqueza en recursos naturales y humanos, además de sus idiosincrasias económicas, políticas, culturales e históricas más en línea con las europeas (salvo algunas excepciones), lo hacen la alternativa lógica para que la UE diversifique su lista de socios comerciales.
¿Qué ganaría América Latina?
La Unión Europea constituye un cupo de 448 millones de clientes potenciales para las exportaciones latinoamericanas. Sin embargo, América Latina tiene claro que no desea ser una simple fuente de recursos de extracción (un rol al que ha sido confinada en gran parte de su historia), sino que quiere construir una relación realmente bilateral de contribución mutua que responda a sus intereses también.
La región, encima de recaudar ingresos por la ampliación del horizonte mercantil de sus empresas y productores, podría beneficiarse de la pericia europea en el ámbito tecnológico y científico, lo que podría dar un considerable impulso al engranaje industrial latinoamericano y mejorar el desempeño de cada eslabón de su cadena productiva.
Adicionalmente, Europa pretende asistir de manera incrementada a sus socios transatlánticos en materia de lucha contra el crimen organizado y el narcotráfico, así como en la protección de su medioambiente y de su envidiable diversidad de paisajes, fauna y flora.
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El puerto de Colón, en la entrada caribeña del canal de Panamá, es el que más contenedores recibe en toda América Latina.
Un TLC con propociones sin precendente
El buque insignia de esta travesía transatlántica sería el probable acuerdo de libre comercio entre Mercosur (Brasil –que ocupa la presidencia actual–, Argentina, Paraguay y Uruguay –la membresía de Venezuela está suspendida desde el 2016–) y la Unión Europea, pero lleva ya más de dos décadas en el astillero. Si lograra zarpar, abarcaría una zona de 780 millones de habitantes y sería así el acuerdo de este tipo con más alcance demográfico de la historia de ambas alianzas.
Implicaría, entre otras cosas, la eliminación del 93% de los aranceles para las exportaciones de Mercosur a la UE y otorgaría un "tratamiento preferencial" para la mercancía vinculada al 7% restante. En la otra dirección, los países de la Unión Europea gozarían de la desaparición del 91% de los gravámenes que deben pagar en la actualidad para enviar sus productos a sus homólogos de Mercosur.
Los principales ganadores directos de tal tratado serían los productores agrícolas, los pescadores y las empresas alimenticias del lado de los estados participantes en Sudamérica, y las industrias de piezas de automóviles y de máquinas, así como los productores textiles y químicos europeos.
No obstante, el caso suele ser que en cada tratado de libre comercio, la aumentada competitividad tienda a perjudicar a ciertos sectores, y esta propuesta de convenio no hace excepción: existen temores especialmente para los agricultores europeos que verían su mercado inundado por una ola de productos provenientes sobre todo de Brasil y Argentina. La deforestación del resultante aumento de la actividad ganadera en estos dos países en particular es también una preocupación significativa.
Sean lo que sean los detalles de los convenios por venir entre el viejo continente y el Nuevo Mundo meridional, la cumbre que se celebrará en Bruselas entre la Unión Europea y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) los próximos 17 y 18 de julio (la primera en 8 años) servirá de brújula que indicará hacia qué cabo se girará el timón de la relación entre ambas regiones, y es muy probable que los resultados de los comicios legislativos que seguirán unos días después en España no supongan un cambio a este rumbo.
"La región más eurocompatible del planeta"
"Nuestra presidencia será el momento de relanzar las relaciones de la Unión Europea con América Latina […], que es de lejos […] la región más eurocompatible del planeta, porque compartimos valores, compartimos intereses, compartimos la forma de mirar al mundo. Somos socios naturales unidos por lazos culturales e históricos con profundos vínculos sociales y económicos, y por supuesto, no hablo solo de España; hablo de Europa y América Latina. Somos dos orillas unidas por la defensa de los valores y los principios que nos son comunes: la democracia, el anhelo de paz y la defensa de un orden internacional basado en reglas”.
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José Manuel Albares, ministro español de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación